Julio 16, 2024
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Los dos cuerpos del Rey (Carmesí) o la inmortalidad secularizada en el rock

IMPULSO/ Carlos Ricardo Aguilar Astorga

Parte II
Dr. en C.S. Área de Relaciones de Poder y Cultura Política. Profesor-Investigador, UAM.

Un rey no es rey por que sí, no lo es tampoco por derecho divino (eso vino después), lo es por la serie de relaciones sociales que generan una red simbólica que lo germina (¿puede haber reyes sin pueblo?). La fascinación que desata la realeza es bastante añeja y está más viva que nunca, pese a los impulsos democráticos aspiracionales en los que creemos vivir.

Pero ¿qué sustenta esas relaciones sociales, previas a la red simbólica? La imposibilidad de representar esa abstracción llamada pueblo (no confundir con aglomeración o población como esa suma caótica de individuos).

El núcleo es básicamente una contradicción constitutiva; es ese encanto por ver conjugado lo corpóreo con lo sublime, lo corruptiblemente humano con la inmortalidad del ser, lo material con lo inmaterial (¿alguen duda de las características extracorpóreas de un ídolo deportivo? ¿Alguien puede presumir de no haber presenciado el llanto de una persona luego de ser tocado por un líder político?), pero no sólo es el hecho de que lo uno se desdoble en lo otro, sino que se explica única y exclusivamente en su reciprocidad, es una interrelación entre dos momentos, entre dos categorías que son unidad aislada al tiempo que se relacionan y viceversa.

Como todo rey, Crimson posee esa doble cualidad de tener ambos cuerpos, uno empírico, formado actualmente por siete integrantes y otro abstracto, ese cuerpo que fascina pero no se puede tocar, sólo se puede imaginar asociándolo al rojo carmesí (cremesinus) ¿atardecer? Es mérito de Ernst Kantorowitz señalar que “el rey en cuanto Rey nunca muere” en su (también) inmortal obra Los dos cuerpos del rey (Akal, 2012 [Princeton, 1957]) es, en esencia, el fundamento teológico-jurídico subyacente en esa dualidad. Ya Marx decía que el rey es una “determinación reflexiva” que va más allá de su verificación empírica; es justamente lo que aquí importa resaltar: que ese corpus no visible de King Crimson, está por encima de sus siete miembros actuales o de los más de dos docenas de integrantes que en 50 años han sido parte del proyecto.

Lo que adviene al septeto londinense no es una apología del poder concentrado en el monarca, sino al carácter dual de ciertas categorías sociales entre las que se encuentra precisamente la entidad regia. Es por ello que no hay que tomarse tan en serio las ya de por sí imprecisas sospechas sobre las plenas capacidades de la salud física de sus miembros. Tampoco es que no importe, pero eso corresponde al plano doméstico y no a la esfera pública que es la que nos compete para fines analíticos.

King Crimson es inmortal porque implica movimiento en cuanto a su rotación (por eso la especificidad de sus miembros es secundaria y solo dejará de serlo en tanto se relacione en y con el todo).

Es un proceso relacional porque ensambla.

Esa totalidad es el cuerpo no físico del rey.

King Crimson nos recuerda esa dualidad contradictoria: por un lado, la vigencia de lo sagrado y su falsa superación vía el posmodernismo supuestamente ateísta (por eso aplica a nuestro contexto) y, por el otro, que va íntimamente ligado con los miedos, con las angustias; esas grandes pasiones, sensaciones, emociones, inseparables como constructo social. Basta recordar las grandes dicotomías que desde Sófocles hasta Hobbes (véanse las tragedias del primero y el capítulo 1 de El Leviatán del segundo) determinan a lo humano por más pacto social roussoniano que se tenga.

King Crimson lo hace posible cuando su obra permite desdoblar esa dualidad. Es particularidad y un todo a la vez.

Podemos desperdiciar tiempo y palabras en indagar los pormenores de las fragilidades humanas y políticas al interior de la banda, pero éstas quedan mejor explicadas en la totalidad de la obra, justo como eso, como algo más allá de las partes. Como algo que nos recuerda los viejos dilemas que como humanos no dejamos de superar, esa, para mí es la verdadera grandeza que podemos festejar, reflexionar, indagar, gracias a lo que nos recordó la presencia física del septeto inglés en México.