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Legados del 68

IMPULSO/Jesús Zambrano Grijalva

Artículo

Como resultado del gran movimiento de 1968, con sus trágicas consecuencias inmediatas, emergió un México que se abrió paso entre la intolerancia y la represión. El movimiento juvenil demandaba libertades políticas, de manifestación y reclamaba su derecho a soñar, a pensar en la utopía de un mundo nuevo y su compromiso de luchar por él.

Se trataba, hace 50 años, de un México que había dejado de ser rural y pasaba a ser eminentemente urbano, más informado, con un mayor nivel académico y en el que las mujeres demandaban igualdad frente a los hombres.

Ante la respuesta bestial a esos reclamos y ansias libertarias, muchas fueron las derivaciones políticas, sociales, académicas y de reflexión intelectual. Ahora, todo mundo admite que ese movimiento fue un quiebre histórico en la vida del país para romper el autoritarismo oficial e iniciar un nuevo momento.

El fatídico 2 de octubre de Tlatelolco, aun con sus lejanos ecos en la provincia sonorense (donde yo me enteraría semanas después), nos marcó definitivamente y nos impulsó a entregarnos en cuerpo y alma en la lucha por cambiar el país.

Como impulsados por el resorte de la historia surgieron múltiples grupos guerrilleros como el de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en Guerrero, y después la Liga Comunista “23 de septiembre”, así como diversos movimientos sindicales, populares y campesinos que demandaban atenciones elementales. También los activistas agrupados en el Partido Comunista Mexicano (PCM) y nuevos militantes identificados con la izquierda hicieron su impronta.

Aquí referiré sólo la consecuencia político-electoral de todo ello, que modificó el viejo sistema de partidos. Después del sexenio de Luis Echeverría (1970-1976), sobrevino por “necesidad de Estado” una reforma electoral en 1977 que abrió la legalización del PCM, que tenía 60 años de existencia “clandestina” y cuyo registro sigue siendo el que ahora ostenta el PRD, después de denominarse PSUM y PMS a partir de asumir las nuevas realidades del país. La contienda electoral de 1988, después de la ruptura del PRI, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, significó una suerte de coronación de múltiples esfuerzos predecesores en aras de la democracia. Como consecuencia de ello, surgió el PRD en 1989.

A partir de entonces, encabezamos luchas fundamentales para democratizar el país. No se podría explicar el México de hoy sin el papel del PRD, como elecciones libres en la CDMX o un órgano electoral autónomo e independiente y no controlado por el Gobierno priista como hasta 1996, así como tribunales electorales con autonomía.

Hablo de las luchas sociales y políticas desde la izquierda, sin dejar de reconocer el papel que jugaron sectores progresistas del PAN contra el autoritarismo, así como la importancia de las organizaciones de la sociedad civil que empezaron a jugar una activa y preponderante actuación.

Por ese camino de una ardua lucha, que incluyó buscar la eliminación del fraude electoral, llegamos a 2018. Luego de que el PRD fuera con AMLO en 2006 y 2012 como su candidato, Andrés Manuel funda Morena y camina como “la opción de izquierda” frente y contra el PRD.

En suma, el movimiento de 1968 cambió paradigmas en la cultura, en el pensamiento, en la sociedad, en la academia y en todas las áreas del quehacer social. Fue un auténtico parteaguas en aras de la libertad. Ese es su principal legado.

Decir que “el triunfo de AMLO es gracias al 68” y que “la victoria de López Obrador es un triunfo de la izquierda” es un exceso y, en todo caso, está por verse. Sostengo que a pesar del voto democrático y mayoritario de la gente, corremos el riesgo de una regresión autoritaria, contra la que decenas de miles lucharon —y muchos perdieron la vida— el 2 de octubre de 1968.

A su memoria y a la de muchos que quedaron en el camino por un México mejor, dedico esta colaboración. Ahora, la mejor manera de honrarlos es mantenernos vigilantes y no bajar la guardia ante un gobernante que desprecia a la sociedad civil.