IMPULSO/ Ignacio Morales Lechuga
Columnista político
Millones de personas compartimos, con el presidente, su declarado gusto por las sensuales bugambilias. Mencionaríamos también el alma violeta de las jacarandas y las nochebuenas. En una de esas, escribiríamos de agapandos, hortensias y nomeolvides. Pero ahora se cumplen 100 días de gobierno de AMLO y se impone una revisión de sus expectativas y acciones. Sin su victoria, quizá el país se encontraría sumido en una vorágine de violencia política. La aprobación del presidente sigue en aumento en casi 4 puntos más desde diciembre y llega a un 67%. De ese tamaño es la esperanza que la población tiene puesta en él.
El presidente está frente a la oportunidad de poder cambiar parte de los enormes rezagos y atrasos que sufre el país. Pero nada indica que ese sea, con certeza, el camino que ha decidido seguir. No es tiempo de flores. Las finanzas públicas y privadas, la economía toda resiente efectos de calificaciones negativas como consecuencia de confusas, insuficientes y equivocadas decisiones de política energética.
En el 2012 muchos de los simpatizantes de AMLO mencionaban que su gobierno sería más parecido al de Lula (el presidente brasileño hoy en prisión) que al gobierno de Chávez en Venezuela. Vale la pena hacer algunas comparaciones. Lula incluyó como vicepresidente a un reconocido empresario y se atrajo la confianza del sector privado. AMLO incorporó un regiomontano exitoso como su Jefe de Oficina; pero a diferencia de otros presidentes, no toma en cuenta sus opiniones, sino lo hace patinar en público, exponiéndolo incluso al ridículo. Lula partía del principio de que era necesario recobrar la autoestima y dignidad de los brasileños y respetó la opinión de sus colaboradores. AMLO divide y polariza, disfruta colocarse desde el poder presidencial en el centro de toda polémica.
Con Lula, Brasil salió pronto de la crisis. Fijó la vista en la unidad y en la reconciliación. El capital y las empresas tuvieron garantías de su trabajo e inversión, con lo cual logró revaluar la moneda. El mercado interno se expandió, comercio y exportaciones crecieron sin generar inflación al estar sostenidos por una base de productividad y trabajo. Lula percibió que para poner a Brasil de nuevo en el mapa de la inversión y la economía convenía ir a foros internacionales, como el de Davos; se hizo asiduo incluso a asistir durante su gestión. No es el caso del mexicano, quien canceló de inmediato su participación.
Lula y su gobierno y las empresas crearon condiciones para sacar de la pobreza a 30 millones de brasileños. Se promovió para ello la inversión privada en infraestructura, creció la economía, se abrieron mercados para productos brasileños en lugares hasta entonces desconocidos, convirtiéndose por ejemplo, en un gran exportador de Soja a China, de zapatos y otras manufacturas. Aumentó la credibilidad hacia Brasil, que alcanzó tasas de crecimiento del 7.5 por ciento. Reforzó el entramado institucional de Brasil y los organismos autónomos disfrutaron del respeto y apoyo desde el gobierno, pues sólo así se puede construir una democracia efectiva.
Nuestro país acumula tormentas de variada intensidad en múltiples campos, sea en temas del Tribunal Electoral, de la Comisión Reguladora de Energía o con las primeras decisiones sobre Pemex, con los atropellos a la Ley del Fondo de Cultura Económica, la cancelación repentina de ProMéxico sin otra estructura que hasta el momento lo supla, la cancelación de programas de actividades del turismo como la Fórmula Uno, el desfile-carnaval del Día de Muertos, el Seguro Popular, las estancias infantiles, los refugios para mujeres maltratadas o los comedores comunitarios, etc. Hay prisa en un manejo sin rumbo en la entrega de dinero a jóvenes, madres solteras, niños, hijos de madres solteras y personas de la tercera edad. Parecieran no tener idea de la complejidad del entramado social y de las diferencias entre los distintos segmentos de la sociedad mexicana, caracterizada desde el poder con el genérico nombre: el pueblo.
En sólo cien días se han perdido 600 mil empleos, los estímulos a la cultura están cancelados, la reforma energética parece en vías de lenta e implacable demolición.
Los microcréditos se extendieron en Brasil con tasas de interés bajas; en México, es del 65 por ciento anual. El presidente de México, sin dejar de interesarse en la belleza de las bugambilias, podría informar cómo organizar un gobierno eficaz en el que el desarrollo económico y social crezca realmente, pero aderezado con menos promesas y mejores resultados.