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Largometraje de Neruda, entre real y ficticio

IMPULSO/ Agencia SUN
Ciudad de México

Antes de “Jackie” (2016) está “Neruda” (2016), sexto largometraje del chileno ya internacional Pablo Larraín que renueva el anquilosado género de la biografía cinematográfica.

Neruda” narra la excentricidad insólita del poeta (Luis Gnecco, dándole un rasgo burlesco al personaje), perseguido en Chile por cuestionar al poder. Ambientada en los 1940, la historia tiene cierto sustrato de verdad.

Larraín, gracias al inteligente guión de Guillermo Calderón, pone de perseguidor al improbable policía Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal con caricaturescos bigote y acento, tal cual corresponde al apellido de su personaje), que quiere protagonizar la Historia —así, con mayúscula—, en este juego del amo literario contra el esclavo gubernamental; policía símbolo de una ficción más grande que la vida: ¿a quién responde en realidad, al presidente González Videla (Alfredo Castro) o a Neruda? ¿Quién persigue, él o el escritor que le envía novelas policiales para ver si aprende, no a ser mejor sabueso sino mejor personaje?

Larraín hace un filme de meta episodios, o sea, de momentos mitad biográficos (cierto, el Partido Comunista fue proscrito en 1948 y Neruda, el más férreo detractor de la medida, fue perseguido junto con su esposa Delia del Carril [Mercedes Morán], pasando de la clandestinidad al exilio), mitad ficción. Logra una irónica cinta que no se toma en serio ni a Neruda ni a su circunstancia (aunque se perciba el espíritu de su célebre autobiografía Confieso que he vivido).

“Neruda” es ejemplar en cómo romper las convenciones de la biografía fílmica; es el lado opuesto de la doliente desgracia vista en “Jackie”.

Larraín, gracias a la elegancia de sus propuestas, está entre los escasos cineastas que pueden considerarse visionarios.

 

Hay películas que sorprenden por absurdas. “Manhattan en la oscuridad” (2016) primer cinta de Brian DeCubellis, con larga experiencia en televisión, es de ésas. Se basa en una novela de Colin Harrison que DeCubellis traspasa en solitario con nulas fortuna e inspiración.

Resulta que en la era donde se cuestiona la autenticidad del periodismo, cuando surgen los “hechos alternativos” y se habla de posverdad, Porter Wren (Adrien Brody, completamente desconcertado), sintiéndose en peligro de extinción por ser el autor de una columna que maneja temas morbosos o con un sesgo de escándalo para un tabloide, recorre las calles de Nueva York buscando qué reportear apremiado por la fecha límite de entrega.

Por supuesto, aparece la rubia de rigor Caroline (Yvonne Strahovski) que le pide, pensando que ser reportero es sinónimo de detective, resuelva el misterio que rodea la muerte de su esposo cineasta (Campbell Scott).

Hasta aquí el argumento conserva cierta coherencia, pero entra Hobbs (Steven Berkoff), interesado en esa misma historia por diferente motivo. Las situaciones posteriores vuelven confuso el argumento, su desarrollo y desenlace. Quiere ser un policial de corte clásico. No lo es. Es un mar de confusión en el que queda inmerso Porter junto con su esposa Lisa (Jennifer Beals, en el papel más ingrato del año).

DeCubellis entrega un cínico churro que debería llamarse Bajo el manto de la noche (1962), obra de Juan Orol, porque habría divertido a éste tal resultado que desperdicia al reparto (presencias antes que actores) en un verdadero marasmo dramático. Abusando de un estilo lleno de lugares comunes sobre el periodismo y lo policiaco, DeCubellis hace el ridículo sin ruborizarse.

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