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La vida como es…Recuerdos


IMPULSO/ Octavio Raziel

Malintzin

A Marina le toca vivir en un lugar donde la educación era obligatoria y satisfecha plenamente, los servicios médicos y sanitarios, gratuitos, el alcoholismo y la delincuencia, si lo hubo, era mínimo.

 

Como mujer de estas tierras, nació con un quehacer y una misión que cumplir. Como princesa, tuvo una educación especial y, además de su lengua materna, aprendió otros dialectos con gran facilidad, lo que le permitió ascender rápidamente como diplomática.

Mujer bella de ojos negros, almendrados, un esbelto cuerpo y una piel suave, atraía la mirada de los varones. Bernal Díaz del Castillo la describió como “una india de muy buen ver, muy desenvuelta y muy entrometida”.

Su nombre original, al parecer, fue Tenepal, hija de un cacique de Painala, lugar cercano al río Pánuco, en los confines del territorio dominado por los mexica. A la muerte de su padre, fue vendida por su padrastro a unos pochteca (mercaderes) que la llevaron de Xicalango a los dominios mayas de Tabasco.

Junto con otras 19 jóvenes, fue obsequiada a los españoles a su llegada a tierras amerindias y fue bautizada con el calificativo cristiano de Marina, nombre que los aborígenes convirtieron en Malina por no existir el fonema “r” en la lengua náhuatl; más adelante, se le agregó el sufijo reverencial (por ser una princesa) “tzin”, lo que la convirtió en Malintzin.

Por la cercana presencia de Malintzin a Hernán Cortés –como su intérprete en varias lenguas- pronto comenzaron a llamar al conquistador Malintzine, esto es, “el que posee a Malintzin”, y el nombre de ella, pronunciado por los hispanos, pasó a ser “Malinche”, en el caso de ella, y el señor Malinche para el español.

Ella sufrió el trauma psicológico al pasar de su condición privilegiada, como hija de un tlatoani o cacique, a esclava en tierras extrañas étnica, cultural y lingüísticamente.

Su primer poseedor fue Portocarrero, luego Cortés y más adelante el mismo conquistador la casó con Juan Jaramillo, sin que doña Marina objetara la determinación de su señor en turno.

Su inteligencia iba aunada a su educación —como la de toda mujer náhuatl— de obediencia y respeto a su señor, también era importante su ayuda en el hogar y resultó valioso que Malintzin conociera la psicología del pueblo náhuatl –además de su idioma- y los resentimientos que existían por el expansionismo tenochca o mexica. Así no tenía por qué identificarse con los mexicas, pues para ella eran extranjeros y hasta enemigos en ese momento histórico.

El trabajo que realizó –sumiso por su condición de esclava- propició alianzas con tribus que guardaban rencores contra los mexicas, sirvió como traductora y, en muchos momentos, de conciliadora con Zempoala o Tlaxcala, además de Texcoco y otros pueblos ribereños que rodeaban a México-Tenochtitlan.

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