IMPULSO/ Octavio Raziel
El sitio
Al heroico pueblo cubano
Hace 63 años, nació –de manera informal- el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) con el fin de derrocar al dictador Fulgencio Batista que atacó esa fecha los cuarteles del ejército en Santiago de Cuba. Tenía en su momento una ideología nacionalista, antiimperialista y democrática, bajo el ideario de José Martí.
Hoy, la autoproclamada Pequeña Habana tiene listas las banderas del retorno y preparan la invasión de la gran Isla.
Sin embargo
Quienes piensan que los bohíos serán nuevamente los proveedores de niñas y niños cubanos para los prostíbulos regenteados por estadunidenses, están muy equivocados.
Quienes piensen que las mafias neoyorquinas o miamenses regresarán a manejar casinos y diversión de todo tipo en la gran isla del Caribe, pueden seguir esperando.
Quienes piensen que los traficantes de drogas se enseñorearán en las calles de La Habana, Camagüey, Guantánamo o Trinidad, están muy equivocados.
La revolución continúa
Los cubanos que nacieron al mismo tiempo que la revolución tienen 63 años de edad, y hay hijos y nietos que han vivido la resistencia contra el sitio a un pueblo inerme más largo de la historia (bloqueo económico le llaman los yanquis).
Aislados del mundo, esos revolucionarios sólo fueron reconocidos por naciones como México o Vietnam (antes de que los gobiernos mexicanos comenzaran a pensar en inglés, estudiar en EE.UU. y perdieran la dignidad de hombres).
Vimos en ese pueblo un espejo en que pretendíamos reflejarnos; alcanzar la justicia social total. Luchar contra la pobreza para librarse de ella, no en dirección de la riqueza, sino de la justicia. Buscar respuestas claras contra la crisis ecológica mundial, a la globalización excluyente y a un nuevo modelo de la familia humana.
En México, ¿cuántos rojos quedaron en el camino?, ¿cuántos despiertan aún pensando en participar en cambios sociales, sin violencia, pero con energía de pensamiento?, ¿cuántos aceptarían un nuevo cambio social?
Con el pasar de las décadas, entendí que había que tender puentes entre los tiempos: aceptar ese poderoso ferrocarril desbocado que es la globalización y que, con sólo mi mano abierta no podría frenar; comprendí que existía la modernización y la derechización; y al final, traté de entender el individualismo y la absoluta falta de solidaridad social de las nuevas generaciones.
Quienes festinan de antemano la “liberalización” de la Isla tendrán que retomar los conceptos del célebre libro Escucha Yanqui, de C. Wright Mills que serán vigentes en tanto prolongue Washington el largo sitio a la Isla:
“Escucha yanqui: lo que Cuba quiere de ti se expresa en una sola palabra: nada”.