IMPULSO/ Octavio Raziel
Fin del mundo
Con regularidad advierto a mis amigos que el Mundo se va a acabar, y que de que se acaba, se acaba. Efectivamente, el mundo morirá sin remedio, pero ¿cuándo? Nuestro planeta ha tenido varias muertes anticipadas: el arribo del año 1900 provocó el suicidio de algunas personas o la construcción de refugios con comida, bombillas de oxígeno y otros menesteres para sobrevivir a la llegada de un nuevo siglo.
Más adelante, con las primeras bombas atómicas, existía el temor de que se viniera una reacción en cadena que nos convertiría en humo; también los experimentos de las bombas neutrónica y antimateria han sido considerados como la amenaza inminente a la tierra tal como la conocemos (las últimas fueron probadas en Bagdad por los Bush y no pasó nada).
La llegada del siglo XXI y su número mágico, el año 2,000, causó también temor; aunque en esta ocasión, los medios de comunicación se encargaron de tranquilizar a la humanidad, asegurándoles que nuestro planeta seguiría dando vueltas y más vueltas alrededor del sol por mucho tiempo.
Finalmente, algunos adivinos y alarmistas señalaron que, el 18 de septiembre de 2008, el mundo se iba a acabar. Ese día, se realizó un experimento que simuló cómo se supone fue creado el universo al chocar, a casi la velocidad de la luz, dos protones de 7 TeV de energía en el gran colisionador de adrones (LHC) construido entre Suiza y Francia, en un túnel con un perímetro de 27 kilómetros. Se supone que con ese experimento se simuló el inicio del Big Bang, esto es, una implosión y los inicios de la creación de la antimateria.
Los catastrofistas aseguraban que los científicos crearían un hoyo negro, el cual se saldría de control, y obviamente, nos dejaría fuera de la jugada astronómica. Luego, en el 12 del 12 del 2012, según advertencias mayas, al mundo se lo iba a llevar las patas de cabra y, recientemente, se auguró el fin de la tierra en la coincidencia del 06 del 06 del 16.
Recordé a un amigo sabio, paciente, de gran prestigio entre los matemáticos del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional, Alfonso Ramón Bagur. Él me remitió a la respuesta a la interrogante sobre el fin de nuestra existencia sobre este planeta.
“Cuenta la leyenda que Dios, jugando con el destino del hombre, construyó un templo en Benarés e instaló allí tres agujas de madera. En la primera de ellas colocó 64 discos ordenados desde el mayor hasta el menor: el mayor quedó en la base y el menor hasta arriba. Los sacerdotes del templo recibieron la instrucción de mover todos los discos de su posición original a la tercera aguja, siguiendo tres reglas: Sólo mover un disco a la vez, no mover más de un disco al día y nunca colocar un disco de mayor diámetro, sobre uno de menor diámetro. Por último, antes de desaparecer, Dios dijo: cuando todos los discos de la primera aguja se encuentren en la tercera, el mundo se acabará”.
¿Cuánto tiempo crees que le queda al mundo si el templo de Benarés data de 700 a. C.? Me preguntó Alfonso. Me explicó el sentido del problema: esta leyenda fue creada en 1883 por el matemático francés Édouard Lucas (1842-1891), y a este acertijo matemático se le bautizó con el nombre de Las torres de Hanói. Resultó tan entretenido e ingenioso que hasta la fecha se realizan programas de computadora para resolver el problema. Para quienes tengan la curiosidad de saber cuánto tiempo le queda de vida al planeta sepan que, para pasar todos los discos a la tercera aguja deben realizarse 264-1 movimientos. Esto, en números redondos, equivale a 585 mil millones de años. Si se sabe que el universo tiene una edad de 15 mil millones de años, podemos estar tranquilos pues todavía faltan 560 mil millones de años para que dejemos de existir.
Después de la orientación de Alfonso Ramón Bagur, duermo tranquilo, consciente de que despertaré al día siguiente sabiendo que el Sol aparecerá.