Gabriel Guerra
Castellanos
Mal comienza la semana al que ahorcan en lunes, dice el refrán. Bajo esa
lógica, queridos lectores, bien la empieza quien ve a sus adversarios tropezar
o, metafóricamente, ahorcarse solitos.
Eso último es lo que le sucedió al Partido Demócrata en su primera gran
oportunidad para mostrar su músculo y capacidad de movilización y organización
de cara a las elecciones presidenciales de noviembre. Con las asambleas o
caucuses de Iowa, el primer paso del proceso para elegir a su portaestandarte,
la idea era ir reduciendo gradualmente el todavía enorme número de aspirantes
(11 hasta este momento) para enfocarse en los más moderados o
“viables”, pensando en cómo enfrentar con mayores posibilidades de éxito
a Donald Trump.
No me detendré hoy en las minucias y complejidades del proceso de selección del
candidato presidencial de los dos grandes partidos políticos estadounidenses,
pero se los describo con dos palabras: barroco y churrigueresco. Y ahora, además,
ineficaz y contraproducente.
A saber, el arranque formal de su campaña se vio no solo empañado sino
minimizado por una falla mayúscula de sus métodos de conteo y reporte de los
resultados en una jornada en la que habrán participado unos 180 mil ciudadanos.
Como punto de comparación en 2008, cuando ganó Obama, participó casi un cuarto
de millón de votantes. Hace cuatro años la cifra fue muy similar a la de
antier, señal inequívoca de la falta de entusiasmo entre la base demócrata por
sus aspirantes a la candidatura.
Como es bien sabido, los caucuses tendrían que haber dado sus conteos finales
la noche del lunes. Para la noche del martes apenas se contaba con algo más de
60% de los resultados , y con ellos las sorpresas: casi empatados en primer
lugar el “socialista” Bernie Sanders (lo entrecomillo porque es
apenas un socialdemócrata, pero los conservadores lo ven como al fantasma de
Lenin redivivo) y Pete Buttigieg, el más joven del grupo, abiertamente
homosexual, moderado en lo fiscal y muy progresista en lo social, una bocanada
de aire fresco en el proceso pero probablemente con pocas posibilidades de
llegar a la presidencia dado lo religioso y cerrado del electorado. Los dos
candidatos presuntamente más viables, Joe Biden y Elizabeth Warren, muy lejos de
los punteros.
La debacle logística de Iowa y los resultados le caen de perlas a un presidente
que no solo podrá, y con razón, mofarse de la desorganización, sino que verá
con agrado el avance de dos aspirantes con limitadas posibilidades de
derrotarlo en las urnas.
A ese mal lunes demócrata se suma la conclusión de las deliberaciones en el
Senado sobre el juicio político a Trump y el prácticamente seguro desenlace: la
no remoción del presidente. Así, el tan llevado y traído
“impeachment” le habrá salido muy barato, visto por muchos como una
maniobra meramente partidista. Autogol de Nancy Pelosi, tal vez obligado por la
presión de su base más radical.
Pero no todas las ganancias de Trump provienen de equivocaciones de sus
rivales: su buen arranque de semana continuó con una encuesta de Gallup que le
da su mayor calificación desde que ocupa la presidencia. Un 49% de los
encuestados aprueba su desempeño, su punto más alto aunque, justo es decirlo,
no ha logrado superar en ningún momento la barrera psicológica del 50%.
Concluye Trump su triunfalista jornada con su informe a la nación, el discurso
del State of the Union en que recita una tras otra cifra de crecimiento
económico y todo aquello que las acompaña. De nada sirve el rostro adusto de
Pelosi, sentada tras de él durante el discurso, más que para resaltar la
actitud victoriosa, ciertamente sobreactuada, del presidente candidato.
Porque Trump, recordemos, está en campaña. Y entre sus días buenos y los malos
de una oposición que no ha logrado articular una narrativa convincente, en este
momento cualquier apostador profesional le pondría dinero a que se reelegirá.
Yo no apuesto, pero creo que a este presidente lo tendremos todavía mucho
tiempo de vecino.
Twitter: @gabrielguerrac