Noviembre 19, 2024
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La sabiduría de un profesor

IMPULSO/ Manuel Gil Antón

“En memoria de David Antón, escenógrafo y gran ser humano”

Terminemos el año en un salón de clases. Es una escuela pública en una población marginada. Sin perturbar lo que acontece, podemos acercarnos —gracias a la investigación de Amira Dávalos— a la maravilla del aprendizaje, al oficio de un docente que aprende, cada día, de su trabajo y se arriesga dejar la posición del que todo sabe para que el conocimiento surja. Y comprender la aberración que significa lo que dicen las autoridades: “cualquiera (que pase el examen) puede enseñar”.

Son muchachos de cuarto año, y la dinámica que ha propiciado el maestro es “la escritura autónoma y colectiva de carteles publicitarios para la venta de productos en la comunidad. La redacción fue responsabilidad de los niños”.

A partir de un intenso debate, se pusieron de acuerdo en “qué decir”. Luego, en “cómo decirlo”. Esto es, “seleccionar con cuidado las palabras que comunicaban las ideas”.

Lo que sigue es genial: “el docente vio los errores ortográficos, pero, en lugar de corregirlos o mandar al diccionario” los felicitó por las ideas que habían acordado y propuso revisar el cartel la siguiente clase. “Al siguiente día, los niños entusiasmados emprendieron la revisión colectiva.

Discutieron las escrituras y las validaron según aparecían escritas en otros textos (incluido el diccionario). Produjeron una nueva versión del cartel: “PINTURAS MÁGICAS. LAS PINTURAS QUE SIEMPRE HAZ DESEADO EN TU VIDA. SON ÚNICAS Y ORIGINALES. INCLUYE: LABIAL, MAQUILLAJE, ENCHINADOR, RIMEL, LAPIZ DE MAQUILLAJE Y BRILLOS, QUE TE HARAN DESLUMBRAR. AL COMPRAR ESTOS ACCESORIOS TE OBSEQUIAMOS UNA BOLSA. COMPRA YA”.

“Esta segunda versión, comenta la investigadora, no sólo integró las reflexiones ortográficas, sino también las reflexiones sobre la distribución gráfica del texto y el uso de puntuación. Se trata de un caso alentador de producción textual con sentido comunicativo y social legítimos.

Fue una fortuna encontrar a un docente que se animara a ‘perder el control’ y devolviera la responsabilidad del aprendizaje a sus alumnos.

Este docente ayuda mostrar la importancia de la interacción entre pares (se privilegia la interacción maestro-alumno) acerca de lo que se lee y escribe para favorecer la conceptualización de los procesos involucrados en el quehacer del lector y escritor.

Este valor no estaba previsto por el docente, pero ciertamente su valentía para proponer otras prácticas de escritura ayudó a que sus alumnos reconocieran que la elaboración de un texto requiere varios momentos (planeación, redacción, revisión, corrección). Aunque no quede perfecto.

Cualquiera pensaría que era obligación del profesor mostrar las faltas de ortografía de inmediato.

Con la intuición que el oficio otorga, supo que era importante respetar lo conseguido por los alumnos, darle su lugar y, al día siguiente, sin que mermara su contento, aprovechar los errores ortográficos para que averiguaran si estaba bien escrito, expresado, ordenado lo que querían decir.

¿Qué examen puede medir esta destreza, la belleza del cuidado para no confundir forma con fondo, y aprovechar la forma para aprender, de cada error, algo valioso? Ninguno.

En la evaluación, impuesta al magisterio, este colega resultó insatisfactorio. Nada más falso: la que no es idónea es la evaluación, y la concepción de la docencia que subyace a los reformadores que ignoran tanto, aunque creen saberlo todo. [email protected]