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La normalización de lo anormal

IMPULSO/Said Yescas

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Vivimos en una paradoja donde nos enfocamos más en hacer  complicadas las respuestas a tantos temas que por supuesto son importantes, verdaderamente delicados; creo que existe una cierta normalización de éstos, así dejamos de prestarle aquella atención que se merecen.

México es un país complicado, si bien, el mundo lo es; pero este país rico terrenalmente está posicionado en una cuerda floja. Ya he escrito sobre esto: Los grupos indígenas próximos a desaparecer. Hace un par de días llegaron a mi trabajo tres niños mixtecos, habían ido al supermercado por cajas de chicles para generar sus ingresos; muy amablemente se acercaron a pedirme regalado un postre, claro que se los di. Se quedaron charlando conmigo casi media hora, preguntando absolutamente de todo: Cómo me iba en ese trabajo, dónde vivía, que estudiaba, si tenía hijos, si estaba casado… Como esponjas absorbían todas aquellas respuestas que les daba y en múltiples ocasiones se miraban entre ellos, yo creo que admirando lo que les contaba. Después de haber hecho mi noche amena con su presencia, se retiraron, dejándome una fuerte sacudida mental llevándome a reflexionar sobre todo aquello que nunca valoré.

Precisamente me hizo cuestionar el porqué de su invisibilidad; se nos implanta la cotidianidad de estos hechos sociales para dejar de prestarles atención. Lo normal no es que ellos hayan hecho un éxodo de sus tierras para internarse en esta jungla, lo normal no es que pidan algo regalado, ni mucho menos soñar con algún día estar en la escuela. Lo normal sería que tuvieran igualdad de oportunidades, que se les vea con respeto y no con lástima. Algo prácticamente imposible en un país capitalista.

Se ha normalizado la violencia, la toxicidad de las actitudes personales, el asesinato, la desigualdad, la corrupción, la injusticia, la mediocridad, el conformismo, la guerra, la pobreza, el amor efímero. Sé que muchos luchan de diferentes formas por mejorar elMéxico en el que vivimos; sin embargo, el que permite se convierte en partícipe de lo que claramente es anormal.

Estamos involucionando de manera negativa, nos llevamos consigo toda la parte crítica y analítica de nuestro cerebro. Pero es normal ¿Cierto? Es común pelear entre nosotros; ser mujer y que se culpe a su feminidad por arrastrarlas a la muerte; por tener una educación que deja que desear; por cerrar las fronteras; de odiarnos por tener diferentes pensamientos, diferentes preferencias sexuales; tan normal como escuchar, leer o mirar la misoginia, sexismo, machismo; que tengamos la tonta idea de que somos mejores por tener más que otros y que ese elitismo se vuelva contagioso.

En la obra titulada Leviatán escrita por Thomas Hobbes, menciona que una sociedad sin conocimiento, artes y letras se vuelve temerosa, violenta y la vida del hombre, solitaria, pobre, desagradable, brutal y baja.

Hasta cierto punto nuestra sociedad está perdiendo el conocimiento. Sí hay arte, claro que lo hay, pero un arte sin pies ni cabeza, incluso un arte negativo. Una sociedad que se vuelve desagradable y baja, que ataca utilizando la fuerza para imponer una serie de paradigmas.

Ir en contra del sistema jamás se ha visto bien, es una completa locura por querer restaurar lo que está podrido, tan necesario hacerlo. Cada acción nos llevará a dos cosas: Seguir juntando las frutas echadas a perder en un canasto o removerlas del mismo. Ser partícipe o no serlo. Pelear por lo que sí es correcto o conformarse. Dejar de aceptar para entender, entender que no es normal todo el metarrelato que nos han contado.

La violencia, la toxicidad de las actitudes personales, el asesinato, la desigualdad, la corrupción, la injusticia, la mediocridad, el conformismo, la guerra, la pobreza y el amor efímero son anormales, por lo tanto inaceptables.

Mejorar una cultura de educación sería el primer paso para lograr una mejor calidad social, se le daría un golpe bajo a todas las injusticias que nos han encadenado obligándonos a aceptarla, transmitirla y volverla común. Pero para comenzar, trabajar en nosotros mismos y dejar de participar sería el impulso necesario para liberarse poco a poco.

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