Noviembre 24, 2024
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Desde la luna de Valencia

IMPULSO/ Teresa Mollá Castells/CIMAC
Hijos del patriarcado (I)
Desde siempre, al menos que yo recuerde, los conceptos de sexo y poder han ido unidos. El patriarcado ha asociado la imagen de mujeres con cuerpos considerados bellos siempre al lado de hombres vencedores y con éxito. Y una de las mejores imágenes de lo que digo son las señoras que acompañan en los pódiums a los vencedores de las etapas de las carreras ciclistas o de las de motos y que además son rociadas sin permiso de bebidas destinadas a los vencedores. Sencillamente, forma parte del espectáculo del premio y del premiado como si parte del premio se tratara.
Asistimos a esa “cosificación” de la imagen y del cuerpo de estas mujeres casi cada día y ésa es una parte del éxito del patriarcado.
Esta semana, asistimos con vergüenza a la difusión de un video de contenido sexual grabado por dos jugadores del Eibar, quienes mantenían relaciones con una mujer que les decía que no la grabasen. Ellos hicieron caso omiso y el vídeo comenzó a circular por redes sociales, ante lo cual, ella los denunció. No sólo obviaron su no a la grabación, sino que además lo difundieron y, cuando ya se les había escapado de las manos, pidieron perdón al club y a la afición, pero no a ella, a la afectada. De nuevo, la cosificaron obviándola totalmente. Lo explica magníficamente bien Isabel Olmos en su artículo “Fútbol, vídeos y machismo”.
Alguna gente de la caverna del periodismo deportivo se atrevió incluso a afirmar que los jugadores en cuestión no debían pedir disculpas puesto que formaba parte de su vida privada. Y claro una se pregunta si la vida privada de la mujer a la que grabaron y que dice que no la graben tiene alguna importancia para estos periodistas impresentables, hijos del patriarcado que, de nuevo, “olvidan” la voluntad de la mujer y la dejan como culpable de los males de estos dos cretinos por denunciarles.
Este es sólo un ejemplo, pero lo que más me irrita es sin duda la actitud de otro hijo predilecto del patriarcado y que pretende ser el presidente de los Estados Unidos, me refiero a Donald Trump, a quien conocemos por ser misógino, xenófobo y por encarnar, al menos para mí, todos los defectos de la raza humana.
En un video aparecido recientemente, pero grabado hace 11 años, este impresentable habla de las mujeres como objetos a los que puede hacer de todo por tener dinero. No voy a ser más explícita porque, evidentemente, el mamarracho en cuestión no merece ni un segundo más de mi tiempo ni de mi energía… y éste pretende ser un modelo a seguir para gobernar el mundo… Tratarnos a las mujeres como “objetos” a los que usar sin tener en cuenta nuestras voluntades o nuestros deseos es una de las peores caras del patriarcado que, al igualar el deseo sexual y el deseo de poder, enseña sus fauces y pervierte cualquier posibilidad de igualdad entre ambos géneros. Pero además niega cualquier posibilidad de otro tipo de deseo sexual que no sea el heteronormativo.
La cosificación y la hipersexualización de los cuerpos de las mujeres y cada día más de las niñas es, a mi juicio, una de las manifestaciones más crueles de la violencia machista estructural que no duda en reducirnos a objetos sin voluntad ni voz para manifestarla y que por tanto se puede “tomar” sin permiso y en cualquier momento.
Por tanto, la posesión de esos “objetos” considerados “bellos” va a su vez asociado a una serie de privilegios otorgados por el patriarcado a sus hijos preferidos que reflejan el éxito y, por tanto, el poder.
Al tiempo, es el propio patriarcado quien va marcando tendencias de modas en los cuerpos de las mujeres para satisfacer sus propios deseos y fantasías sexuales. Así como los cánones de belleza que desea poseer para seguir mostrando sus trofeos a sus correligionarios. Para nada importa que sean modelos asexuados o enfermizamente delgados. O todo lo contrario. Se trata en definitiva de marcar pautas sobre sus deseos y necesidades.
No importa tampoco que estos modelos de belleza lleven a enfermar física e incluso psicológicamente a las mujeres y a las niñas para gustar, puesto que ese es el objetivo: creerse privilegiada por gustar a un hijo predilecto de ese patriarcado depredador.
El hacernos creer que realmente queremos lo que ellos quieren o desean es otro de sus triunfos. Y ese triunfo nos divide a las mujeres que perdemos nuestra solidaridad de género en una competencia insana y autodestructiva que nos lleva a estar, en demasiados casos, enfrentadas entre nosotras por suspicacias y sospechas infundadas que nos dividen y nos debilitan.
Baste ver las pocas voces que han surgido ante los acontecimientos como los citados, defendiendo a las verdaderas víctimas que son las mujeres y la cantidad de voces que han salido defendiendo a los agresores que son los causantes del daño y del dolor.
A la mente me vienen muchos más ejemplos de poderosos e ilustres hijos del patriarcado que han acabado destruyendo la vida de mujeres públicas o anónimas y a quienes el sistema ha acabado protegiendo e incluso justificando, cuando no protegiendo.