IMPULSO/Mario Melgar Adalid
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Ante el caos que amenaza, se han escuchado voces de la democracia mexicana alertando sobre la necesidad republicana de respetar la voluntad popular en los próximos comicios. Voces acertadas advierten los riesgos de abandonar la ruta democrática, conminan a aceptar el veredicto contenido en las urnas. No obstante los buenos deseos, subsisten las dudas que genera un sistema democrático como el mexicano, integrado por actores políticos no democráticos, es decir, subsiste la vieja preocupación de ¿cómo vivir la democracia sin demócratas?
Los análisis son elocuentes y amplios, pero no resuelven la posibilidad de utilizar a la política como el medio para alcanzar la paz y la conciliación. El país está confrontado y no se ve la concordia, ya no digamos la fraternidad, a la vista. Se le pregunta ad nauseam a AMLO si acatará el resultado de las elecciones, pero también debería preguntarse a los demás contendientes (Anaya y Meade) si aceptarían la eventual derrota. Existen signos siniestros que nublan el camino democrático.
Todo inició como en un juego escolar, intercambiando calificativos, consignas y acusaciones, todas clasistas e injuriosas. AMLO, con su desprecio a pirruris, fifis y señoritingos, éstos con insultos, alguno emblemático, como el de la hija de Peña Nieto al identificar a la prole como pendejos, luego siguieron el desprecio a la raza, la broza, los nacos, los chúntaros y un largo etcétera. Recientemente, en las redes del mundo urbano aparece una invitación a atemorizar a quienes se ocupan de cuidar coches en las calles, limpiar parabrisas o pedir limosna con la advertencia de que la moneda que se entregue puede ser la última, pues si votan por López Obrador, éste le va a quitar todo a los que algo tienen. El clima de intolerancia ascendió y ahora aparecen signos ominosos, reprobables nubarrones de violencia y hasta llamados en las redes a encontrar un nuevo Aburto. ¿Qué esperan las autoridades para investigar este terrorismo político?
Una explicación de lo que acontece en la política nacional se llama lucha de clases que no se acerca conceptualmente al postulado marxista, sino más bien a la lucha libre mexicana. Realmente no existía en México porque, como decía un cínico, “lo bueno de la lucha de clases es que la vamos ganando”.
En esta ocasión, todo indica que el marcador favorecerá, por primera ocasión en casi un siglo, a los pobres. No es tanto que AMLO vaya a ganar, sino que los otros, específicamente los partidos PRI, PAN y PRD han hecho todo para perder. El sistema se colapsa y el antisistema viene al rescate. El PRI que amalgamaba clases y tendencias diversas dejó de ser popular y se convirtió en un partido de aspirantes a aristócratas (algunos lo lograron), el PAN desquebrajado y el PRD dejó a Morena el paso libre para enarbolar la supuesta socialdemocracia.
En México, el cuerpo dominante del país está integrado por varios estamentos: los propietarios de la tierra, los dueños de las empresas, los manipuladores de los hilos de las agrupaciones políticas, los usufructuarios de cargos públicos y sus prebendas. Por el otro lado, una masa informe y café, como decía otro cínico (Mauricio González de la Garza), era simplemente una accesoria de pobres.
La elección de julio será entre dos concepciones opuestas: la de los propietarios, la mafia a la que alude AMLO, por un lado, y el pueblo, el mismo que, según el propio AMLO, está feliz a pesar de todas las desventuras. En este sentido, AMLO ha sido el mejor (¿único?) vendedor de la esperanza, por eso va tan adelante.
Decía Borges con razón que la democracia puede convertirse en superstición basada en la estadística. El resultado de las encuestas permite a unos seguir celebrando el triunfo por llegar. A otros creer que a pesar de las mediciones, habrá margen para un milagro.
Sin embargo, habría que ser cautelosos, tan poco democrático es creer que un acontecimiento desconocido hará que quien deba ganar en las urnas pierda, como creer que el resultado de las encuestas sustituye el resultado de las urnas. Ya llegará el primero de julio para que la voluntad popular decida. El país no toleraría la violencia electoral. ¡Cuidado! son las boletas electorales y el conteo que se haga de ellas lo que se debe proteger, gane quien gane, caiga quien caiga.