IMPULSO/Fausto Hernández/Arena Pública
Es común entre los economistas afirmar que el TLCAN trajo prosperidad a México, esto es cierto [sic], dicho tratado permitió el abaratamiento de ciertos productos básicos y no-básicos del que gozan hoy los consumidores mexicanos.
Hubo los reacomodos naturales del comercio internacional: unos sectores de la economía sufrieron mientras que otros florecieron. Se creó un número importante de trabajos en estos últimos, no así en los primeros.
La teoría económica predice que el desempleo causado dentro de los sectores perdedores, se compensa por el creado en los sectores ganadores, y así cada uno se dedica a lo que en principio tienen ventajas comparativas.
Dentro de los resultados que ha traído el TLCAN, creo que en términos generales han sido positivos: el comercio bilateral se incrementó considerablemente, la inversión extranjera americana lo hizo a un ritmo nunca antes visto, y en general se puede decir que tanto el bienestar económico como los salarios reales en México se incrementaron (ver Caliendo y Parro, 2015).
Así, los ciclos de ambos países se sincronizaron, para bien o para mal, pues México es el país que más sufrió como consecuencia de la crisis del 2008-09 en los EEUU. Anteriormente, el propio tratado nos sacó de la crisis del tequila de 1995.
El crecimiento descansó cada vez más en las exportaciones a partir de 1995. Observe la gráfica de abajo. Para el periodo 1990-1994, las exportaciones representaban alrededor de 15% del PIB.
Para 2015, esta cifra representa poco más del 35% del producto. Es el porcentaje más alto de la región y de muchas partes del mundo (en economías muy pequeñas del caribe esta cifra es mucho mayor, pero son eso, muy reducidas).
Observe que China alcanzó este porcentaje allá por el 2006 y a partir de ahí, desciende hasta 22 por ciento. Esto quiere decir que el crecimiento económico de México se convirtió en dependiente del TLCAN.
Entonces la pregunta es ¿Impulsó el crecimiento el TLCAN? Para contestarla considere el siguiente cuadro. Como ahí se observa el crecimiento promedio bajo la vida del TLCAN asciende a 2.54% anual. Un crecimiento alejado del potencial de la economía mexicana que se sitúa según diversas estimaciones entre el cinco y el 7%.
¿Es culpa del TLCAN? La respuesta es no, no se le puede pedir peras al olmo. Se necesita un estudio más serio que esta descripción para llegar a conclusiones sólidas.
Sin embargo, es claro que México no tomó ventaja completamente de todos los beneficios que trae el comercio internacional. Uno de ellos es el de innovación (como se ha insistido en este espacio en semanas anteriores).
En efecto, las teorías de crecimiento endógeno sugieren que la apertura comercial afecta positivamente el crecimiento, siendo uno de los canales el impacto en el cambio tecnológico.
Con estos modelos la apertura posibilita el acceso a insumos importados, se accede a la nueva tecnología (lo que implica que se puede adaptar y mejorar localmente), incrementan el tamaño efectivo de los mercados, lo que incrementa el rendimiento de la innovación y, finalmente, se favorece la especialización del país en producción intensiva en I&D (como ha pasado en China e India).
En otras palabras, creímos que la sola apertura, sin una política complementaria de promoción de la innovación, sin el fortalecimiento de las instituciones, sin una transformación de las finanzas públicas, sin el abatimiento de la desigualdad y la pobreza, iba a ser suficiente.
No es culpa del TLCAN, es culpa de nosotros mismos que no leímos eso con anticipación. Fue la ceguera que nos ocasionó el fundamentalismo de la tecnocracia (en parte por desconocimiento de la historia). El TLCAN hay que tratar de modernizarlo. Pero debemos aprender la lección de que el modelo interno tiene que cambiar. Ya es hora.