IMPULSO/ Norma L. Vázquez Alanís
Magistral mixtura de ensayo
Una interminable disertación sobre la ironía a partir de la reconstrucción de cómo consolidó su vocación literaria en el París de los años setenta, así como una interesante reflexión sobre las razones y el sentido de la escritura, constituyen el eje en torno al cual gira la novela-ensayo de Enrique Vila-Matas “París no se acaba nunca”.
El autor catalán presenta de manera singular su obra: como una ponencia elaborada para un seminario que impartiría en Barcelona y de la cual encontró azarosamente una copia en el asiento del avión en que viajaba de París a España, hasta que se dio cuenta que era su propia conferencia que él había arrojado sobre el asiento. A tal grado llega el sarcasmo que el lector encontrará en las 230 páginas de “París no se acaba nunca” (Penguin Random House Grupo Editorial, primera edición en México, noviembre 2015).
En esta novela-ensayo, hay una continua evocación de Ernest Hemingway, al extremo de que el autor-narrador comienza su texto con el relato de su participación en un concurso de dobles del escritor estadounidense en Key West, Florida, sin otro mérito que creerse casi idéntico al mítico literato, por cierto, modelo a seguir en el aprendizaje de Vila-Matas.
El título está tomado de una frase del último capítulo del libro de Hemingway “París era una fiesta”, con la intención descarada de cambiar la alegría de vivir y el entusiasmo del original, por la perplejidad de un joven que viaja a la Ciudad Luz con el propósito de hacerse escritor -pero principalmente para huír del hogar paterno en Barcelona- y se encuentra con una ciudad sombría, fría y solitaria, opuesta a la descrita por Hemingway, al que Vila-Matas parodia en este texto.
Como la obra fue concebida en forma de ‘conferencia’, es decir de un texto oral dirigido a un público, con improvisaciones, no es un relato lineal, pues los recuerdos no obedecen a un orden temporal; en el momento que surgen se insertan en la narración para acercarse más al formato de un libro de memorias.
Se trata de una crónica autobiográfica del autor cuando escribía su primera novela en París, en un encuentro físico u onírico con sus ídolos literarios como Marguerite Duras, quien le alquila una buhardilla en el barrio latino de París. Vila-Matas hace sospechar al lector que ‘La asesina ilustrada’ (su opera prima) es una invención creada con el propósito de demostrar de lo que es capaz la ironía bien manejada… pero logra despertar la curiosidad de leer esa novela, después de conocer algunos pormenores del argumento y cuánto le costó escribirla.
Y es que la ironía es el motor de Vila-Matas, quien la considera “un potente artefacto para desactivar la realidad”. La ironía, por otra parte, señala el autor catalán, “es una figura retórica, desmiente el lenguaje”.
“Todos creemos que se acaba en nosotros una etapa, pero lo que se acaba es uno mismo”, apunta Vila-Matas, quien no deja de reírse de su propia angustia existencial y del fuerte olor a fin del mundo que le rodea; los dardos humorísticos y críticas recaen sobre sí mismo, que se contempla pasados los años y percibe, aunque no lo confiese, que él también, como París, donde pasó dos años de su juventud, ha cambiado.
La novela-ensayo “París no se acaba nunca” tiene una estructura abierta que rompe con lo convencional del género narrativo, ya que mezcla técnicas narrativas para integrar un collage de 113 capítulos construidos desde una trama autobiográfica, con un estilo intachable, una construcción estupenda, así como una sencillez sintáctica y de vocabulario que dan cuenta del dominio lingüístico del autor.
El sistema narrativo de Vila-Matas es la puesta en escena de los traslados y las transfiguraciones provocadas por la lectura, que para él significa un ejercicio disolvente, implica “ser en otro”, suplantarse; toda su literatura constituye un cuestionamiento existencial alrededor del asunto de la ‘impostura’, que con frecuencia lo lleva a reflexionar acerca de la identidad entre vida y literatura, el deseo de ser otro, la soledad del individuo en la sociedad actual, además de la dicotomía realidad-ficción.
El autor de “París no se acaba nunca” se distancia de los cánones de lo narrativo, al recurrir a la superposición de planos, a la mezcla de personajes reales y ficticios, a la inclusión de elementos autobiográficos o al empleo de rasgos cercanos por momentos al ensayo.