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La Biblioteca de Arcadia

IMPULSO/ Norma L. Vázquez Alanís
Saramago fue incisivo
Un edificio de apartamentos en la Lisboa de finales de los 40 es el escenario en que José Saramago sitúa su primera novela ‘Claraboya’, en la que ya muestra su estilo de incisiva y trascendente lucidez, además de que aborda con naturalidad y comprensión temas tabú para la época en que fue escrita.

El autor hace un ejercicio de discreto voyerismo, pues a través de un narrador observa el comportamiento de los diversos inquilinos del inmueble como si lo hiciera por una claraboya. La novela comienza con unas palabras del periodista y escritor portugués Raúl Brandao: ‘En todas las casas, además de fachada, hay un interior escondido’.

En ‘Claraboya’ (Editorial Alfaguara, primera edición febrero de 2012, 417 páginas) Saramago bucea en lo más profundo de la naturaleza humana, a fin de ofrecer al lector una radiografía de la idiosincrasia de los personajes que habitan ese microcosmos que es un edificio de viviendas. En este sentido, el libro es una extraordinaria praxis de psicología, sociología e inventiva.

De la mano de Saramago, el lector cruza sigilosamente la puerta del inmueble, situado en un vecindario modesto, para adentrarse en cada casa y en cada vida para atisbar las frustraciones, anhelos, nostalgias, ilusiones, miedos, alegrías y tristezas de gente que, por común, resulta universal.

A pesar de que esta obra fue escrita entre finales de los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado, los temas que aborda son tan usuales como el amor, el trabajo, las penurias económicas, el maltrato a la mujer y su sumisión al hombre, las relaciones de pareja, el sexo y la prostitución, que no desentona con la situación actual; más bien, muestra la evolución social que tuvo lugar de entonces a este nuevo milenio.

Se trata de una historia sencilla, pero no por ello carente de sorpresas y de crítica social, en especial a la familia como institución, ya que dos de las familias ‘tradicionales’ lo son solamente en apariencia. En una, el padre no soporta a la esposa y no siente nada por el hijo… sueña con abandonar el hogar; otra, por ambición orilla a la joven hija a escalar de posición económica a cualquier precio.

La novela, de corte neorrealista, espía la cotidianeidad de todos los vecinos en la intimidad de sus casas y deja ver personajes reales atrapados en sus propias vidas llenas de penurias económicas, conversaciones triviales y a veces filosóficas, hastío, machismo, amores fuera del matrimonio, en fin, historias humanas que tienen como fondo el periodo de la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar.

La Tercera Sinfonía de Beethoven, la Marcha Fúnebre de Chopin, La Danza de los Muertos de Honegger y el fado portugués, son la música ambiental que ofrece Saramago en este relato, lleno de nostalgia para el lector actual porque cuenta cómo, una de las familias de ese edificio de departamentos -integrada por cuatro mujeres- se sienta en la sala por las noches para escuchar la radio.

Y entre los autores de ‘cabecera’ de una de ellas, Isaura, están William Shakespeare y el enciclopedista Denis Diderot, cuya novela ‘La religiosa’ -que este personaje lee casi a escondidas- sirve a Saramago para tocar el tema del lesbianismo con naturalidad y comprensión en una época en que era tabú.

Entre los protagonistas destacan dos mujeres, Justina, aparentemente frágil, pero con una capacidad transgresora evidente y descarnada, que la vuelve inolvidable cuando se enfrenta al marido agresor, y Lidia, llena de sensualidad atrayente, la caracterización de una mujer libre, capaz de sobreponerse a todos los convencionalismos sociales mediante el alquiler de su cuerpo a un hombre rico harto del matrimonio.

De los personajes masculinos, los más sobresalientes son Emilio, un marido amarrado a la familia por la fuerza de la costumbre o la cobardía de enfrentar a la esposa, y Silvestre, el zapatero que asume su vida de forma consciente y busca un proyecto de individuo hacia el que encamina sus actos.

‘Claraboya’ es una obra para reflexionar que, si bien la segunda mitad del siglo XX transformó todas las jerarquías, los usos sexuales y las costumbres maritales, la sociedad moderna impuso a la gente -por decreto- la “obligación” de ser feliz, lo que por el contrario sólo provoca angustia e impide disfrutar la vida.

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