Diciembre 25, 2024
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Kurt Cobain fue el símbolo de una adolescencia rota

IMPULSO/ Edición Web
Estados Unidos
El líder de Nirvana no pretendía ser el ícono de una generación desprovista de respuestas. Kurt Cobain habría cumplido 50 años mañana.
Si no se hubiera disparado con un rifle Remington, quizás Kurt Cobain habría celebrado el 20 de febrero sus 50 años de vida. A lo mejor ya estaría divorciado de la inefable Courtney Love, pero seguramente los fanáticos de Nirvana le habrían llenado el Facebook de mensajes cariñosos, PlayGround le habría dedicado un video y Google le habría fabricado un doodle con acordes de Smells Like Teen Spirit de fondo. Aunque también es probable que, si no se mataba el 5 de abril de 1994, se hubiera quitado la vida en algún otro momento de ese año.

La depresión y la heroína hacían estragos en un cantante atormentado por la enfermedad, los traumas del pasado y la fama, y todos los indicios apuntaban a que Kurt Cobain, el líder de Nirvana, el cabecilla de una juventud que a inicios de los 90 buscaba respuestas, desembocaría en el suicidio. Muchos piensan que la imagen de Kurt Cobain ha sido mitificada por su final violento y por la coincidencia de que fue a los 27 años, la edad en que murieron Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Robert Johnson, ese club maldito.

Cobain no era un cantante de voz cultivada y tampoco era un guitarrista disciplinado. Pero logró el milagro de conectarse con las masas juveniles del mundo occidental, gracias a sus letras, genuinas y sinceras, mezcladas con guitarras distorsionadas que evocaban al punk.

Cobain no inventó nada, ni siquiera el término ‘grunge’ con el que se etiquetó a su música, pero fue el faro más brillante de un estilo desenfadado y crudo. Fue clave que los chicos no lo vieran solo como un cantante de moda, que lo era, sino como símbolo de una generación que, hacia afuera, se preguntaba si realmente estábamos en el fin de la Historia, y hacia dentro vivía el infierno de los hogares destrozados, los padres que no solo eran permisivos sino absolutamente negligentes.

Si Phil Collins tuvo éxito en los 80 porque su música reflejaba al divorciado promedio, Cobain reflejaba la desesperación de la adolescencia rota. Y a todo volumen. Con Cobain, por primera vez confluyeron con éxito comercial el punk (elemental, quejoso, rebelde) y el heavy metal (más tramoyero), dos subgéneros que parecían imposibles de conciliar. Hubo intentos en los 80, con Discharge, pero Nirvana realmente pudo triunfar entre las bandas llamadas ‘alternativas’, es decir, que estaban fuera de la radio, que no buscaban estilos melódicos, que grababan en estudios de sellos independientes. Era la música de los universitarios estadounidenses, que no sabían -o no querían saber- nada de Metallica o Motörhead. Cobain nació en una familia cristiana de Aberdeen (un pueblo del estado de Washington que solo tiene 16 000 habitantes) en que todo era más o menos normal, hasta que sus padres se divorciaron. Desde ahí, Kurt comenzó a sufrir, y mucho. Lo acosaban en el colegio porque era amigo de un chico homosexual (Cobain siempre defendió los derechos de los colectivos gais). Rebotaba de casa en casa y pasaba más con sus tíos (uno de ellos, Chuck, le regaló su primera guitarra, a los 14 años). Su mejor amigo era Boddah, ser imaginario que lo acompañaría hasta el mismo día de su suicidio. La condición física de Cobain tampoco era adecuada. Enfermizo, desarrolló su famosa escoliosis pero también una dolencia estomacal que jamás fue diagnosticada por un médico. Para rematar, era depresivo. Afrontaba sus dolores espirituales y físicos, apelando a la heroína. Todo eso explica por qué las letras de Cobain impactaron. Personales y sinceras, a veces eran algo crípticas, a veces tenían puntos de vista sorprendentes: en Polly, del álbum ‘Nevermind’ (1991), narra una violación desde el lado del agresor, lo cual fue malentendido. Corbain quería una canción en contra del abuso, y consiguió que una mujer fuera violada por dos sujetos, con Polly como macabra banda sonora. Hueles a desodorante Antes de 1991, Nirvana era una banda de tantas en el estado de Washington. Seattle era el ‘nuevo’ Liverpool, núcleo del rock alternativo. Cobain ya había formado Fecal Matter pero Nirvana fue una banda en serio. Desde el inició hizo mancuerna con el bajista Krist Novoselic, pero le costó encontrar un baterista. Con Chad Channing en las baquetas grabaron el álbum ‘Bleach’, que alcanzó en 1989 un sorprendente puesto 89 en los charts. Este éxito alcanzado por un grupo zarrapastroso hizo que la poderosa disquera Geefen los reclutara. Para entonces, Channing había sido reemplazado por Dave Grohl. Nirvana obtuvo un productor de lujo -Butch Vig- y recursos para grabar el álbum que lo cambió todo. ‘Nevermind’, lanzado en 1991, fue una bomba atómica que destruyó al glam rock (¡adiós Guns N’ Roses’!), a la sofisticación electrónica de los 80 (¡good bye, Pet Shop Boys) y generó una intensa crisis en el heavy metal (Metallica se pasaría, descaradamente, al rubro alternativo, sin éxito). Los chicos comenzaron a vestir con sacos viejos, camisas de franela (las de ‘leñador’). Eran desaliñados, como Kurt. Usaban los jeans rotos, como Kurt.‘Nevermind’ tuvo como mascarón de proa a la canción Smells Like Teen Spirit, que está en cualquier listado que se respete de las cien mejores de todos los tiempos. Para la Rolling Stones es la novena. El éxito no ayudó a Kurt Cobain a mejorar su vida, a sentirse bendito (“ser el número uno es lo mismo que ser el número dieciséis, sólo que hay más gente besándote el culo”). Tampoco el matrimonio ni la paternidad. Nadie pudo salvarlo de la inmortalidad. FUENTE: EL COMERCIO.COM