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IMPULSO/ Álvaro Enrigue

Bergoglio en acción

La cantidad de gente que se mueve por una acera de Midtown, Nueva York, a las cinco de la tarde de todos los días debe ser equivalente a la de una marcha común por el Paseo de la Reforma en la ciudad de México. A los neoyorquinos les gusta el pulmón de la masa.

Los chilangos se amontonan el 15 de septiembre, el Día de la Virgen de Guadalupe y cuando al Gobierno se le pasa la mano. Los de acá salen a la calle para todo y lo celebran todo armando peloteras descomunales. Supongo que en una ciudad con tantos millonarios tan cínicos el baño de pueblo tiene connotaciones redentoras. Sudamos los unos sobre los otros, todavía somos una democracia.

Con todo, puedo decir con poco miedo a equivocarme que nunca he visto nada ni remotamente similar a la cantidad de gente entusiasta que salió a ver al papa Francisco durante su recorrido por Central Park. Tres horas antes de que iniciara el paseo pontífico, ya era imposible no acercarse al parque, sino hasta pensar en ello. El “New York Times” publicó un cálculo según el cual, a las dos de la tarde —dos horas antes del papamobilazo— la distancia entre las vallas de seguridad y los últimos espectadores era de 50 cuerpos. Cuando regresé a casa para escribir esto una hora después, las filas para sumarse a ese océano de gente tenían más de dos cuadras.

¿Qué tiene Francisco?, su efecto en las prestas multitudes neoyorquinas es un reflejo del temblor de tierra que ha supuesto su visita a los Estados Unidos. En el Congreso puso parejos a los republicanos en materia del cambio climático y nadie tuvo el temple de contradecirlo públicamente —qué tan mal estarán que un cura les vino a dar lecciones de ciencia. Su discurso tuvo una sobriedad y una consistencia que ya es imposible hasta para el Presidente. Lo interrumpieron 30 veces con aplausos a pesar de que se la pasó regañándolos. Antes de eso, Jorge Mario Bergoglio platicó 15 minutos con John Boehner, el líder de la mayoría republicana y presidente de la Cámara baja. Boehner es un republicano de viejo cuño, un conservador razonable que ha tenido que lidiar con los talibanes del “Tea Party” y está por encarar, otra vez, la amenaza de un cierre del Gobierno, ahora por una bagatela: el presupuesto de una agencia dedicada a la planeación familiar. El hombre lloró durante todo el discurso del Papa y luego fue a su casa. A las nueve de la mañana de hoy, llamó a una conferencia de prensa para anunciar su renuncia. No recuerdo a un político que haya expresado con acciones más claras esa sensación que todos conocemos: “Amigos, la estamos regando”.

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