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Impresionante Museo del Tiempo, en la CDMX

IMPULSO/ Agencia SUN
Ciudad de México
En esta casona de Tlalpan, al sur de la ciudad, encontrarás al ancestro del iPhod: una victrola portátil que en 1920 era el último grito de la tecnología y que con sus seis kilos de peso podía llevarse a cualquier lado. Un lujo para la aristocracia de la época y que hoy toca el Himno Nacional mexicano a la mayoría de visitantes.
Aquí todo remite al pasado. Las nuevas generaciones tienen que consultar Internet para saber lo que está frente a sus ojos, artículos inéditos en sus mentes digitales. Un fonógrafo de cilindros de cera (invento de Thomas Alva Edison) fabricado en 1911, nos muestra los principios de la música grabada antes de los discos de acetato. De su bocina en forma de cuerno escapa lo que parece una ópera con un canto indescifrable.

A pocos metros, sobre una mesa, está un molino francés de café de 1880. Ni de lejos es lo más llamativo entre tantas maravillas, excepto por la marca que lo distingue: Peugeot, que hoy vende automóviles alrededor del mundo. El origen del imperio fue una máquina algo más elemental que se exhibe junto a otras mil 500 piezas.
Se trata del Museo del Tiempo, un lugar mágico ubicado a un costado del edificio delegacional de Tlalpan, en el número 7 de la calle Plaza de la Constitución, donde se respira cierto aroma a provincia, al México de otros años.

“El antecedente del museo es la relojería del Centro Histórico de Tlalpan, que se dedicaba a la restauración de relojes antiguos”, cuenta Markus Frehner, director general del recinto y de origen suizo.

De pronto el negocio llegó a tener tantos que se volvió una atracción para las escuelas de la zona; las maestras llevaban a sus alumnos a conocerla y los vecinos le sugirieron un proyecto que parecía un sueño. La idea fraguó, primero en Asociación Civil, luego en el Museo del Tiempo.

El lugar abrió sus puertas en 2008. “Empezamos con los relojes cucú, que eran un regalo que se hacían los señores que trabajaban todo el año y al final se daban un gusto”. Después llegaron las cajas de música, radios y televisiones de bulbos. Allí está, por ejemplo, la primera tele con base ajustable, “casi de pantalla plana”, diseñada en 1958, similar a la que aparece en la serie animada Los Supersónicos, comenta Frehner. “El futuro de aquel entonces”.
–La joya entre joyas
En un pedestal descansa un reloj inglés de 1705, la pieza más longeva, hecho en madera de ébano y laca china que brinda la hora con el sonido metálico de 10 campanas de plata. El mecanismo puede admirarse a través de un espejo dispuesto a sus espaldas. “Fue fabricado por el relojero de la primera reina de Gran Bretaña, Ana de Estuardo, y funciona a la perfección”, dice Markus, quien explica esa fascinación por el arte de medir el tiempo.

“La relojería es la madre de toda la mecánica. Un reloj que se atrasa o adelanta un segundo significaba un error de 4 mil millas náuticas. Era el hundimiento de flotas enteras. Por eso la obsesión de los monarcas de tener un aparato de medición exacta”, agrega.

Curiosamente, el siniestro de un navío justifica la presencia de una mesa de piedra con tres sillas que perteneció al director del Banco Germánico, expropiado en 1944 por el gobierno de Manuel Ávila Camacho en represalia por el hundimiento del buque Potrero del Llano (1942).
Este hecho llevó a México a declararle la guerra a la Alemania nazi. “Era la mesa de las sirvientas y estaba en una esquina de la casa que tenía en San Jerónimo, por eso sólo tiene tres sillas”, dice Markus.

En la sala de Cine y Fotografía hay proyectores de 35, 16 y 8 milímetros. Detrás de una vitrina se aprecia una Minox, la “cámara de los espías” durante la Guerra Fría, ideal para fotografiar documentos secretos, según los sitios que aún las venden por Internet.
Allí están los primeros celulares y un radio Philco de 1929 que en su etiqueta presume un ofertón: 225 dólares, “una millonada, considerando que fue cuando cayó la bolsa en Wall Street. Con eso la gente se compraba una casa”, relata Frehner.

Lo que deja de funcionar va al taller de inmediato, la máquina del tiempo no se detiene. “En el país no hay ningún lugar donde se puedan ver relojes y objetos funcionando. Los hay, si acaso, en exhibición”, dice Markus, quien llegó a México en los años 90.
Hoy las cosas han cambiado y la economía marcha lento después del sismo de septiembre. Sin embargo, el Museo del Tiempo está clasificado en el lugar 10 de museos de la CDMX y 19 entre sus principales atractivos, de acuerdo con el sitio especializado en turismo Tripadvisor.
Abre de martes a domingo y la entrada cuesta 60 pesos, con descuentos a estudiantes y adultos mayores.

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