IMPULSO/ Leticia Bonifaz
Hace 527 años, un día como hoy, Cristóbal Colón se topó con un continente inesperado. El dolor posterior no lo provocó el navegante sino la conquista sangrienta, el saqueo y tres siglos de dominación.
Al México independiente le ha costado mucho superar esta etapa. Hace casi una década, la UNAM publicó un libro coordinado por Josefina MacGregor con diversas investigaciones sobre los discursos históricos, de la identidad y de los imaginarios nacionales de la segunda mitad del siglo XIX a la segunda mitad del siglo XX. Ahí se recogen los textos que muestran los esfuerzos que se hicieron para construir la identidad nacional después de la independencia. En principio, había que lograr la cohesión y el sentido de pertenencia a algo nuevo que se llamó México. Se buscaba conciliar el pasado, construir un imaginario de nación, crear el sentido de pertenencia. Se pensaba en “cómo juntar piedras dispersas del edificio por formar”. Había divisiones, un ambiente polarizado y no existía la conciencia colectiva del nuevo país.
No sabíamos “ni qué nombres respetar ni qué nombres despreciar”. “Había que crear, para enseñarla, una historia patria a partir de lo que compartíamos: geografía, herencia cultural, riquezas naturales, diversidad étnica, etcétera, pero, sobre todo, asumir el origen. En el discurso, quedaba claro que México era producto de dos pueblos: una nación mestiza que no era la conquistada ni la conquistadora.” Así, se pretendía que se asumiera el discurso integrador, aunque pocos se enorgullecían, después de siglos de colonialismo, de proceder de la raza conquistada.
Para la reconciliación con lo indígena, se buscaba exaltar las culturas originarias y hacernos sentir orgullosos de la herencia de los mayas, olmecas, aztecas y toltecas entre otros; sin embargo, revalorar el mundo de los pueblos originarios no implicó valorar a las culturas que seguían vivas, porque existía el convencimiento de que aunque en las culturas prehispánicas estaban los cimientos del México en construcción, al mismo tiempo, la población indígena terminaría asimilándose a la nueva “raza” hasta desaparecer porque todo México sería mestizo. Así lo plantearon Justo Sierra, primero, y Vasconcelos después. Una sola lengua, una sola nación, un solo México.
Tuvieron que venir todas las discusiones en el marco de los 500 años, para que aflorara el multiculturalismo y se revalorara la diversidad. Hoy, en el terreno jurídico hay un reconocimiento expreso de la composición pluricultural sustentada en los pueblos indígenas, pero en el terreno social, si estamos atentos a lo que Conapred nos recuerda constantemente, continúa la discriminación, el menosprecio y el mundo aparte para las comunidades indígenas. Solo recientemente se están abriendo los canales para que encuentre cauce su voz en lo individual y en lo colectivo.
¿Por qué no hemos logrado la reconciliación plena? Tal vez haya que reiniciar los esfuerzos conciliatorios desde el origen. No es casual que el cine y la literatura estén buscando una revisión de la vida de la Malinche con perspectiva de género, sin prejuicios y en el contexto de una mujer de su época.
El siglo XIX estuvo colmado de discursos de hermandad y unidad, la terca realidad sigue mostrando un México dividido. Un país donde no acabamos de caber todos y donde las heridas no terminan de cerrar. El México indígena y el mestizo tienen muchas pláticas postergadas. Las desigualdades tienen que ver con ello y las nuevas discriminaciones también.
Bien por el Senado que ratificó el jueves pasado dos Convenciones interamericanas en materia de discriminación. Habían sido adoptadas en La Antigua, Guatemala desde 2013. Serán nuevas hojas de ruta para este proceso inacabado en el que hay que continuar bregando.
Twitter: @leticia_bonifaz