IMPULSO/Javier Lozano
Lo que pasa en Venezuela no es exclusivo de los venezolanos, en el contexto global, los derechos humanos fundamentales son concebidos en su universalidad por encima de concepciones locales o domésticas y siempre en atención al principio básico de respeto a la dignidad humana. Cierto es que el artículo 89, fracción X de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos se dispone que, en la conducción de la política exterior, el Poder Ejecutivo observará los principios normativos de autodeterminación de los pueblos, la no intervención, la solución pacífica de controversias, la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales, la igualdad jurídica de los estados, la cooperación internacional para el desarrollo y la lucha por la paz y la seguridad internacionales, sí, pero desde 2002 se adicionó el principio de “la promoción y protección de los derechos humanos y de los valores democráticos”.
Esto viene a cuento, porque vemos a diario que, ante un firme posicionamiento del Gobierno de la República, de la cancillería, de su titular Luis Videgaray y de muchos más que nos hemos pronunciado contra el autoritarismo del Presidente de Venezuela Nicolás Maduro, vienen bobas respuestas que, por un lado, buscan que guardemos silencio ante la crisis en aquel país y atendamos primero los múltiples problemas que aquejan a México. Y, por otro lado, nos pretenden dar clases de diplomacia, al traer a colación la Doctrina Estrada. Nada más alejado de la realidad del siglo XXI.
Lo que pasa en Venezuela es una auténtica crisis en todas sus vertientes: social, política, económica, e institucional. Nicolás Maduro ha dado claras muestras de ignorancia y autoritarismo. Desconoce por igual el Poder Judicial que la Asamblea Nacional. Convoca e instala, de manera espuria, una nueva Asamblea Constituyente, integrada por sus allegados, para que redacten un salvoconducto para perpetuarse en el poder. El primer acto de este bodrio constituyente fue desplazar a la valiente Fiscal General, Luisa Ortega.
En Venezuela hay carestía, pero no hay libertad de expresión. Hay fuerza y poder, pero no hay autoridad moral ni legitimidad. Por ello, hace bien Luis Almagro al conducir a la Organización de Estados Americanos hacia una condena por lo que ocurre en Venezuela. Hizo bien el Gobierno de México, junto con el de Estados Unidos y tantos más, al desconocer la aberrante Asamblea Constituyente de Venezuela. Bien también por los países que integran el Mercosur al suspender a Venezuela de su acuerdo, mientras no se restablezca el orden institucional. Y hace bien el pueblo venezolano en no cansarse, en luchar por recuperar su patria y hacer valer su dignidad.