IMPULSO/Rogelio Ramírez de la O
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Es una exageración hablar de “guerra” comercial entre Estados Unidos y China, aunque sí es la negociación más complicada, por lo menos desde que China obtuvo su ingreso a la Organización Mundial de Comercio (PMC). Resulta de años de decepciones en reciprocidad comercial, tratamiento de inversiones y la apropiación indebida de propiedad intelectual por ese país.
El momento es una rara oportunidad para Estados Unidos, porque China en este momento ve debilitado su crecimiento a base de exportaciones. Y, después de años de impulsar el crédito a niveles exagerados, las carteras de deudas impagables también la debilitan.
Por el otro lado, Estados Unidos logró sustituir muchas importaciones, al invertir en su propia energía y recurrir al proteccionismo comercial en bajo grado.
El giro en esta política estadounidense sólo poco a poco se ha entendido por mercados y formuladores de políticas. El hecho es que la economía mundial nunca más se abrió de nuevo al comercio internacional como estaba antes de la Gran Recesión de 2009. De ahí también surgió el celo por proteger sectores estratégicos de la inversión extranjera.
Así, Estados Unidos y varios de sus aliados no permiten la tecnología china de telecomunicaciones 5G, pues se considera manipulable para usarse en espionaje cibernético y desconfían de la relación entre el gobierno, el partido comunista y las grandes empresas chinas.
Europa tiene reservas similares contra la inversión china, aunque en grado menor. En este ambiente, los países que antes crecieron muy rápido a base de exportar a otros y acumular dólares, han perdido capacidad negociadora.
De ahí que el enfrentamiento de Estados Unidos con China, aun con riesgo de causar una crisis del comercio mundial, hoy ya tiene el apoyo de los dos partidos en el Congreso. Hay conciencia de que la economía redujo sus importaciones de petróleo y derivados en 106 mil millones de dólares entre 2007 y 2018 y aumentó sus exportaciones en 152 mil millones. Con eso ahorró 258 mil millones de dólares que, de otra forma, habrían aumentado su déficit comercial.
De ahí que el déficit en la balanza externa corriente cayera 222 mil millones de dólares en el mismo periodo, fortaleciendo la capacidad negociadora frente a China.
La negociación se atoró en días pasados porque China renegó de compromisos que ya había aceptado, sobre su acuerdo en no forzar la transferencia de tecnología de extranjeros a empresas chinas.
Aunque no sabemos que resultará al final, lo importante es que la negociación ya exhibió una de las violaciones más importantes de las que se acusa a China. Después de esto, sin hacer cambios, será difícil que mantenga su posición como economía casi de mercado ante los organismos internacionales.
Para los demócratas y anteriores republicanos resulta penoso admitir que este enfrentamiento con la realidad no haya ocurrido bajo ninguno de los gobiernos desde que el presidente Clinton promovió el acceso chino a la OMC. Tuvo que esperar a Trump.
Y para la OMC es también penoso que nunca corrigiera la violación a las reglas del comercio y la inversión, a tal grado que el conflicto tuviera que llegar a este nivel para forzar a China a la mesa de negociaciones. No en balde varios organismos internacionales han sufrido mucho descrédito.
México se beneficiará de una negociación realista entre Estados Unidos y China, porque esta ayudaría a emparejar el piso para competir en el comercio, cuando menos en las ventas hacia Estados Unidos, en condiciones de equidad y con potencial para atraer mayor inversión estadounidense en manufacturas.
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