Septiembre 17, 2024
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IMPULSO/ Raúl Rodríguez Cortés

Francisco

El jefe de una Iglesia en crisis llega esta noche a un país en crisis.

El aserto no es un exceso. Tanto la Iglesia católica como México están llagados por la corrupción, extraviados de los valores que les ha dado vida. En esto no hay medias tintas, pese a los esfuerzos declarados por sus líderes de enderezar el camino.

El papa Francisco llega con la fama de reformador ganada en casi tres años de pontificado que está por cumplir en marzo. No por el iluso afán de crear una nueva Iglesia, pero sí con decisiones claras de remover estructuras que la han alejado de la feligresía.

Francisco, de entrada, viene con una agenda distinta a la de sus dos antecesores. Su perspectiva es diferente por el simple hecho de ser jesuita. Su formación en la Compañía de Jesús le impide olvidar que Cristo tenía una propuesta para los pobres. El antropólogo Elio Mansferrer Kan recuerda: “La Iglesia católica nació como un sindicato de pobres y terminó como una corporación de ricos”. Esa corporación tiene expresiones ofensivas en la Curia Romana y en las iglesias locales, entre ellas la mexicana, cuyos jerarcas están cada vez más alejados de los fieles, misma que ha producido personajes como Marcial Maciel, que resultó drogadicto, polígamo y pederasta, pero, eso sí, generador de enormes fondos para la Curia y protegido de Juan Pablo II.

La humildad mostrada por Francisco (quien en Buenos Aires boleaba sus zapatos y viajaba en metro o que ya en el trono de Pedro ha prescindido de limusinas y otros lujos principescos) envía una clara señal de congruencia, de predicar con el ejemplo en su lucha por limpiar y ordenar las finanzas vaticanas. Esa congruencia lo ha llevado a apelar a la misericordia para perdonar a católicas que han abortado o para acercarse a la Iglesia con posiciones sólidas contra la escandalosa pedofilia de sacerdotes y de apertura respecto a temas acuciantes de nuestra actualidad, como los matrimonios entre homosexuales.

Otra simpleza que diferencia a este Papa es su nacionalidad. Es argentino, latinoamericano entonces. Comprende a la región como quien comprende a su casa y a su Iglesia, muchas veces enfocada a la de la opción preferencial de los pobres. Y por eso, cuando oficie en San Cristóbal de las Casas para los indígenas chiapanecos, estará reivindicando a una figura odiada por la jerarquía católica mexicana, la del obispo Samuel Ruiz, el queridísimo Tatic de los tzeltales, tzotziles y tojolabales.

El Papa, en términos doctrinales, busca volver a la Iglesia que replanteó el Concilio Vaticano II (1959) y el II Consejo Episcopal Latinoamericano de Medellín (1968) que, impulsada por Paulo VI, planteó una serie de cambios en la estrategia de la Iglesia católica, que los antecesores de Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II, se ocuparon de echar para atrás.

Acaso por todo eso, la Iglesia Católica en México y América Latina pierde feligresía y vocaciones sacerdotales. Los jóvenes ya no van a misa ni bautizan a sus hijos, no hacen la primera comunión ni se casan por la Iglesia, no les atrae la posibilidad de consagrarse a su fe. Muchos emigran hacia las Iglesias evangélicas y pentecostales.

Y eso es parte de la crisis de valores que sacude a México entero, que vive una virulenta crisis de derechos humanos alimentada por la corrupción que corroe al cuerpo social entero. Miles y miles de muertos en la absurda guerra contra el narcotráfico, miles y miles de desaparecidos, entre los que se cuentan los del inverosímil caso Iguala.

Ya veremos en estos días cómo se encuentran estas dos instancias en crisis. Instantánea.

t@RaulRodriguezC,

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