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Fortalecimiento institucional

Jaime Valls Esponda

La educación superior es un instrumento del desarrollo y es, a la vez, un indicador del nivel de modernización de las naciones, en la medida que se acerca a la excelencia, la sociedad se fortalece.

Es común encontrar países desarrollados con una educación superior equivalente, si bien ésta no se da por generación espontánea, requiere de voluntad social, disciplina y lucidez en la inversión, talento y vocación innovadora de las universidades, pero, sobre todo, la educación superior demanda perseverancia.

Las universidades son, precisamente, el espíritu del tiempo en permanente evolución, una historia abierta al futuro, valen no sólo por la acumulación del conocimiento pasado, sino por su capacidad de creación de nuevos mundos, son obra en marcha, no un retrato inerte de las sociedades.

Para la ANUIES, el fortalecimiento institucional es una tarea indispensable, ya que, en su inmensa mayoría, las mejores respuestas a los grandes problemas nacionales han provenido de las instituciones educativas.

En ellas, se multiplica el conocimiento porque acrisolan el esfuerzo individual, la aventura del pensamiento o el genio de una época.

Pueden y deben convertir la creación personal, la investigación o la innovación en conocimiento colectivo, en propósito conjunto. La educación superior se sostiene con el robustecimiento del andamiaje institucional.

A menudo se insiste en referir la historia del país en ciclos políticos de periodo corto. El gran trasfondo pasa a segundo plano, así, el dilema clásico entre la urgencia y la importancia se decanta siempre por la prisa, lo que conduce a la paradoja de que lo transitorio se convierte en definitivo.

Muchos de los problemas de la nación se diagnostican bien pero se miden mal en el tiempo. El resultado es que en diversas áreas de la vida pública se vive un peligroso debilitamiento de las instituciones, trátese de las cuestiones de mayor sensibilidad social o de asuntos de fondo relacionados con el desarrollo.

México es un país de notables talentos, de una brillante inteligencia colectiva. En los primeros decenios del siglo XX, por ejemplo, se forjaron en las instituciones educativas las grandes ingenierías, los sobresalientes avances de la medicina especializada y una seguridad social que, para la época, era un adelanto sorprendente por los alcances de un Estado que cumplía una responsabilidad eminentemente social con efectos visibles en el bienestar de los ciudadanos.

Si hoy quisiéramos alcanzar aquellas metas, los costos serían muy elevados. Se requiere fortalecer el gran cemento de las instituciones que les daba unidad y capacidad de respuesta a las necesidades del país. Esta tarea es la razón de ser de la ANUIES.

Hoy debemos sentar los fundamentos de la educación superior del siglo XXI, no como una respuesta retórica en tiempos electorales sino porque México vive un cambio estructural de modelos, una transición de carácter profundamente cultural.

La clave está, sin la menor duda, en mejorar la capacidad de nuestras universidades para promover el talento de los jóvenes y vincularlo con las necesidades del país, enaltecer la vocación ética de las instituciones, regenerar los circuitos virtuosos de la producción de conocimiento, estimular la investigación en las áreas que se orienten centralmente al impulso de la competitividad, de modo que la expansión del crecimiento se transforme en desarrollo, y se contribuya a ofrecer soluciones efectivas a los retos de la desigualdad, el gran flagelo de la nación.

Es tiempo de recrear los valores que han dado brillo a México. [email protected] @jaimevalls

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