Hace algunos días el
medallista
de plata en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 fue desconectado del respirador,
pero sus signos vitales permanecieron hasta hoy, cuando su corazón dejó de
latir.
Ya antes hubo una falsa alarma sobre el deceso del histórico clavadista.
Lamentablemente, esta vez, la noticia fue confirmada por los órganos rectores
del deporte en México. Pero aunque el cachanilla murió, no lo hacen las hazañas
que consiguió durante sus casi 20 años de trayectoria deportiva.
Una carrera que incluyó cuatro justas olímpicas, varios podios y una presea
dorada en Campeonato del Mundo catapultaron al cachanilla a lo más alto y, ahí,
en la cima, ya descansa en paz.
¿Quién fue
Carlos Girón, la leyenda mexicana de los clavados?
A lo largo de la historia, sólo 68 mexicanos han subido a un podio en Juegos
Olímpicos. Carlos Girón, uno de los más recordados, falleció este lunes a los
65 años de edad, debido a una neumonía que se complicó y lo internó en el
Hospital La Raza, de la Ciudad de México.
Cuando un tricolor participa en una competencia de clavados, usualmente parte
como favorito, pero detrás hay una historia que forjó la reputación nacional;
Carlos, en una época considerado el mejor clavadista del mundo, y algunos otros
personajes pusieron la vara alta para las generaciones que hoy, con mayores
comodidades, representan a este país en eventos internacionales.
Carlos Armando Girón Gutiérrez nació el 3 de noviembre de 1954 en Mexicali,
Baja California, y pronto se entregó a la disciplina que marcaría. Con 10 años
y viviendo en Acapulco, le pedía a los turistas extranjeros que arrojaran
monedas al mar. Cuando accedían, él se aventaba en busca de ellas, al lado de
otros pequeños con el mismo objetivo.
“Tragué cantidades industriales de agua salada, me hundí cientos de veces
en el bravío oleaje del puerto, pero lo hice: aprendí a nadar. Porque sólo así
podía estar con mis amigos, de vagos, cuando salíamos de la escuela, pero nadar
no me atraía; lo que más me gustaba era tirarme del trampolín, de las rocas,
del malecón”, relató en alguna ocasión.
Ya se asomaba su vocación, pero Carlos tenía un brillante futuro por delante,
prometedor, nada más, por entonces. Dos años después, aquel muchacho participó
en el Campeonato Centroamericano Infantil de Clavados, su primer certamen
internacional. Era el comienzo de un meteórico ascenso que no pararía hasta
hoy, con su llegada al cielo.
Para 1968, año en el que la capital mexicana albergó la Magna Justa, ya se
tiraba del trampolín en el Juan de la Barrera, como parte de los ensayos para
la ceremonia previa a la inauguración. Se preguntaba si un día podría emular a
Álvaro Gaxiola, figura nacional de clavados. En efecto, esos, serían los
últimos Juegos Olímpicos que el cachanilla vería con el sueño de, un día,
conformar la delegación de México.
Con 17 años, participó en Munich 1972, pero su inexperiencia le cobró factura;
culminó noveno en trampolín de tres metros, y octavo en plataforma de 10
metros.
El fracaso en suelo alemán serviría como motivación y, los Juegos Panamericanos
de la Ciudad de México 1975, como su tarima de despegue. En casa, se adjudicó
la presea dorada en plataforma de 10 metros y de bronce en trampolín de tres.
En los Olímpicos de Montreal 1976, no pudo repetir la hazaña y, en las mismas
pruebas, terminó en octavo y séptimo, respectivamente.
La revancha y la cúspide de su carrera deportiva llegaría en Moscú 1980, El 23
de julio de ese año, se disputó la final de trampolín de tres metros, en la que
sostuvo un mano a mano por el metal dorado con el soviético Aleksander Portnov,
quien relegó al de Baja California a la medalla de plata.
“Segundos antes se registró un récord en la alberca, que causó un alarido
que a Portnov no le importó, puesto que se lanzó. Para su mala fortuna falló el
clavado, pero los delegados de su país protestaron argumentando que un grito lo
sacó de concentración. Con la presión del público, el clavado se repitió y lo
ejecutó de buena forma para conseguir la medalla de oro”, relató Girón.
Sin embargo, otra de las virtudes de la leyenda era el respeto, y
el perdón. “Aleksander Portnov aprovechó un momento importante en la
historia de su país. No creo que haya sido injusto que ganara, pero tampoco
justo. Fue una mala decisión, poca conciliación política”, decía, sin
rencor por aquel -a los ojos de muchos- robo en su contra.
Algunos cuestionaban que el mexicano fuera el mejor en el trampolín,
especialmente por la ausencia de los clavadistas estadounidenses en la capital
rusa. Ya en el Mundial de Cali 1975, había obtenido un bronce, pero fue en la
Copa del Mundo Fina Cup 1981, donde -ya con Estados Unidos y el resto de países
involucrados en el boicot en acción- obtuvo el primer lugar, al derrotar al
mítico Greg Louganis.
Sólo entonces, Carlos Girón tuvo un respeto homologado y fue, sin discusión, el
mejor clavadista del planeta, quizá no por un periodo muy largo, pero recordado
así por siempre.
El histórico saltador participó en Los Ángeles 1984 y, tras su retiro, ejerció
su profesión alterna, como dentista, siempre cerca de su gran amor: los
clavados.
Y la más desconocida de sus facetas se presentó cuando emprendió una carrera
política, dividida en tres etapas: como Coordinador del Deporte del Partido
Revolucionario Institucional, como directivo en el Instituto Mexicano del
Seguro Social y, por último, como candidato independiente a la alcaldía
-entonces delegación- Miguel Hidalgo. Su trayectoria con pantalón largo nunca
igualó las inolvidables hazañas que lo inmortalizaron en el deporte mexicano.