Irene Tello Arista
En tiempos electorales se suele hablar de noticias falsas y datos incorrectos, sin embargo, poco se discute del uso de falacias en la política. A menos que se refiera uno a la acepción número uno de la Real Academia Española en la que se denomina una falacia como “engaño, fraude o mentira”.
Si por azares del destino uno llega a toparse con un estudiante de Filosofía y se refiere a las falacias como “mentiras o proposiciones falsas”, se puede escuchar a lo lejos un quejido que comunica un dolor aristotélico profundo. Esto se debe a que el estudiante en cuestión entiende que las falacias se refieren a argumentos incorrectos.
Un argumento es la forma de probar una conclusión a través de presentar razones, en forma de enunciados o proposiciones. Dentro de un argumento se pueden esbozar datos incorrectos o proposiciones falsas. Sin embargo, no por ello se incurre en una falacia, para ello, la forma o el contenido de los enunciados no debe sustentar la idea que se concluye.
Definidas las falacias de esta manera, es difícil encontrar ejemplos concretos de razonamientos erróneos por parte de los políticos, ya que más que esbozar argumentos completos suelen presentar propuestas o frases aisladas, carentes de argumentación, o bien, recurren a narraciones emotivas.
A pesar de esta pobreza argumentativa, no falta la presencia de falacias en las discusiones y en los debates, tanto por parte de representantes públicos, candidatos, como de personas que platican sobre política y las elecciones. En lo que va de la campaña electoral de 2018, he podido identificar algunas falacias en discusiones sobre política que vale la pena mencionar y tener presentes en los próximos debates:
Apelación al temor: esta falacia se refiere a un argumento incorrecto en el que se hace mención de una proposición que asusta al oyente para cambiar el foco de atención sobre lo que se intenta demostrar. “Si gana tu candidato, México se convertirá en Venezuela”. Este ejemplo asusta al oyente para inducirlo a votar por otro candidato, pero no ofrece prueba alguna de lo que intenta afirmar.
Ad hominem o contra el hombre: utiliza características demeritorias de una persona para desmentir aquello que dice. Es importante aclarar que un insulto no constituye por sí mismo una falacia ad hominem para ello tendría que utilizarse dicha ofensa con el propósito de demeritar o desmentir un razonamiento de la persona a la que se agrede.
“Claramente su propuesta contra la impunidad es falsa, ya que él mismo tiene un proceso penal abierto”. Esta falacia ataca a la persona y no a la propuesta contra la impunidad.
Falacia de falso dilema: crea un escenario en el que sólo dos opciones se consideran como válidas y en las que se tiene que optar por una de ellas: o estás conmigo o estás contra mí.
Es un argumento incorrecto porque deja de lado otras opciones que pueden ser consideradas y elegidas. “Estás con nosotros o con los de la mafia del poder”. En esta falacia se deja de lado que se puede estar con otro grupo.
En estas elecciones, muchas personas ya tienen decidido por quién votarán. Esta decisión puede estar basada en una serie de motivaciones, ya sea personales o por preferencia de posturas y propuestas. Más allá de los motivos detrás de nuestro voto, se debe, en la medida de lo posible, evitar el uso de falacias al momento de defender nuestras posturas políticas. Todos cometemos errores en nuestro razonamiento, sin embargo, es muy distinto cometerlos por ignorancia o por equivocación que con un afán de engañar a la persona con la cual estamos dialogando. Defendamos nuestro voto y nuestra preferencia sin incurrir en argumentos falaces.