IMPULSO/ Yoselin F. Velázquez
Especial
: Homenaje y recuerdo sobre un personaje único
Evocar es precisamente recordar, no sólo al hombre, sino dar cuenta del personaje que aportó tanto a la literatura y cultura mexiquense a través de sus obras. Familiares, amigos, escritores y demás contertulios del gremio cultural han compartido remembranzas dignas de mantenerse en la memoria histórica. Han sido varios los foros en los que se ha homenajeado al autor Roberto Fernández Iglesias, sinceros esfuerzos por forjar un recuerdo en un lugar y tiempo más allá de las páginas que guardan el legado del escritor.
Sus enseñanzas trascienden en alumnos como Félix Suárez, Blanca Aurora Mondragón y Alejandro León Meléndez, creadores de textos dedicados a la figura y obra del poeta de origen panameño; también, narradores de anécdotas únicas que tuvieron con el escritor y se volvieron influjos en sus vidas, tanto profesional como personalmente. Fragmentos de la vida del también llamado “Gordo” Iglesias, permiten recrear en la mente de los presentes algo más que el retrato de un escritor comprometido, permiten conocer al humanista con un profundo amor por las letras y la creación literaria, hecho que le extendió su reconocimiento internacional. Todos tienen a bien mencionar la forma en la que Roberto Fernández influyó en sus vidas porque él no sólo fue su maestro, sino una inspiración para encontrar –como lo evoca Blanca Mondragón – un padre que le brindó las cualidades para llamarlo así, un guía literario. De igual manera, reconocen la fortaleza de Margarita Monroy Herrera, editora, promotora de lectura, directora de la revista TunAstral y viuda de Roberto Fernández. La pertinencia de hacerle un Homenaje en Toluca, obedece al hecho de que aquí se crearon muchas de sus obras.
“Evocaciones” también es la carta que le escribió al homenajeado, el poeta y ensayista Félix Suárez, donde le expresa su respeto y admiración por el espíritu de libertad que profesaba. Recordó el día en que lo vio, ya como maestro, en la Facultad de Humanidades “…siendo él un galeón real, compartiendo contra una ridícula escuadra de chalupas…ahí mismo les dijo sin más que su calma tenía la temperatura de su sangre…” En una especie de confesión compartida, pero a su vez, íntima y honesta, la carta continúa: “…tú, memorioso como fuiste sabías bien de los misterios que encierra la memoria, de su inconstancia veleidosa”.