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EU y Brasil: recetas para el desastre

IMPULSO/Gabriel Guerra

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Hay en nuestro hemisferio
, queridos lectores, dos países que no debemos dejar de observar. Al norte, por obvias y no tan obvias razones, a nuestro vecino, que es además el más poderoso del planeta. Y hacia el sur, también por múltiples motivos, a Brasil, gigante continental y referencia de todo lo bueno y lo malo que se puede conjuntar en una sola nación.
Miramos mucho al norte, pero hacemos poco por entenderlos: son escasos los estudiosos y conocedores mexicanos sobre la historia y actualidad estadounidenses y por lo general se desaprovecha la experiencia de quienes han tenido el encargo de tratar con EU.
En el caso brasileño el desconocimiento es todavía más extremo, no solo por el tamaño de la relación, que palidece frente a la que tenemos con EU, sino también porque históricamente se ha visto más con ojos de política interna o de la eterna rivalidad entre nuestros países y menos con visión geopolítica o empresarial. Al gigante del sur lo conocemos solo por sus grandes logros o fracasos, pero pocas veces analizamos el porqué de los vaivenes brasileños, de los que tanto podríamos aprender.
Dos ejemplos ilustran el grado de desconocimiento sobre ambas naciones: que casi nadie viera venir el fenómeno de Donald Trump con toda su carga nativista, xenófoba y proteccionista por un lado y que a tantos sorprenda la que parece inevitable victoria de la extrema derecha en la persona de Jair Bolsonaro, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil a fines de este mes.
Lo que sucedió en EU debería servirnos de aprendizaje: la falta de información y análisis colocaron a México y su relación bilateral más importante al borde del precipicio. Al no haber construido una narrativa para contrarrestar los ataques nativistas y tampoco haber tendido puentes oportunamente con ese sector de la política estadounidense que fue cooptado por Trump, pero que ya estaba ahí, el gobierno mexicano se vio obligado a improvisar. Si bien se logró rescatar el esquema de libre comercio regional con el USMCA, el costo fue altísimo y los riesgos aún mayores.
Las señales de advertencia ya estaban ahí desde hace tiempo, desde el surgimiento del Tea Party (en la crisis de 2008-2009) era evidente que existía un movimiento a la derecha del Partido Republicano tradicional que no solo lo rebasó en lo ideológico sino también en su capacidad para conectar con las frustradas clases medias y medias bajas, de las que se nutrió Trump para su propia campaña. El desenlace lo conocemos.
El caso brasileño tiene más que ver con corrupción e inseguridad, aunque la insatisfacción comenzó a mostrarse en vísperas del Mundial de Fútbol de 2014, cuando las clases medias bajas (que habían salido de la pobreza con Lula) comenzaron a exigir mejores servicios públicos en vez del gasto monumental que implicaba el Mundial.
Pero algo más tenebroso subyacía en ambos casos: la llegada a la presidencia de personas provenientes de grupos tradicionalmente excluidos (Obama en EU, Lula y sobre todo Dilma Rousseff en Brasil) generó muchas esperanzas, pero también despertó temores y viejos prejuicios raciales y de clase.
Para muchos estadounidenses resultaba irritante y hasta insultante el empoderamiento de la comunidad afroamericana a raíz de la llegada de Obama a la Casa Blanca. Muchos de los ataques en su contra tenían una fuerte carga racista. Muy parecido el caso brasileño, donde la “gente bien” se sentía ofendida por la diversidad étnica, de género y de clase de los gobiernos del PT.
Los viejos hombres ricos y blancos tomaron cartas en el asunto: financiaron campañas mediáticas y políticas para desacreditarlos, para atizar las cenizas del racismo, para azuzar a la clase medieros que se sentían amenazados por los “arribistas y advenedizos”. Tal vez sin darse cuenta fueron generando el entorno propicio para la llegada de Trump (al que no pudieron controlar) y del impredecible Bolsonaro.
Bien haríamos en ver el enorme costo que eso implicó para evitarnos algo semejante en México. Muchas veces el supuesto remedio puede resultar muchísimo peor que la enfermedad.

 

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