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Estados Unidos no está a salvo del yihadismo

IMPULSO/ Agencia SUN
España

Gilles Kepel es politólogo, arabista y uno de los mayores expertos mundiales en yihadismo. “El terror entre nosotros” (Península, Planeta, 2016), su obra más reciente, aborda los atentados de los dos últimos años en Francia (Charlie Hebdo, sala Bataclán, Niza…). Kepel los considera el resultado de una triste acumulación de eventos: “El desamparo social, el pasado colonial, el desencanto político y la exacerbación islámica”.

¿Por qué Europa se convirtió en blanco del yihadismo?

—Porque en 2005 cambió la estrategia del yihadismo mundial y nació la tercera generación yihadista.

La primera es la de los radicales alimentados por los países del Golfo y Estados Unidos para combatir contra a la URSS en Afganistán en 1979. A raíz de esa guerra comenzaron a atacar a los gobiernos musulmanes “impíos”. En una segunda fase, la de Al-Qaeda, esos terroristas vieron que sus atentados en países musulmanes no conseguían que la población se sublevase, así que Osama Bin Laden comenzó con golpes muy mediáticos, como las Torres Gemelas de Nueva York, para demostrar que EU era débil y las masas se podían levantar, pero eso tampoco funcionó. Era un terrorismo centralizado, caro y espectacular, pero que no movilizó. Entonces, en 2005, un discípulo sirio-español de Bin Laden, Abu Musab Al Suri, al que en España se conoce como Setmarian, publicó un libro que cambió todo.

¿Qué planteaba?

—Llamaba a la resistencia a los millones de musulmanes que viven en otras culturas y no terminan de integrarse, como los llegados a Francia por el colonialismo. Plantea un terrorismo de pequeñas células, que cree modelos de héroes para los jóvenes alienados dentro de esas sociedades. Se apoya además en las revoluciones de los países árabes, que han permitido crear en sitios como Libia o Siria centros de adiestramiento terrorista. Este modelo ha permitido atentados espectaculares, como los de París el 13 de noviembre de 2015, pero tampoco funciona porque no logra que los musulmanes lo sigan. Hay chicos que se sienten identificados, pero no una masa crítica.

—Dice que los atentados de 2015 certifican el fracaso de esta tercera generación de la yihad porque muestran el bajo nivel intelectual de sus autores. ¿Eso es tan importante?

—Es fundamental. Esos terroristas son jóvenes sin cultura ni grandes capacidades. En el ataque a Charlie Hebdo aún fueron capaces de suscitar cierta simpatía entre musulmanes radicalizados, pero los últimos atentados, en noviembre en la sala Bataclán o el paseo de los Ingleses de Niza en 2016, fueron un desastre. Murieron muchos musulmanes y muy poca gente se sintió identificada.

Si este modelo yihadista tiene tantos fallos, ¿qué cabe esperar?

— No sé preverlo, pero parece que intentarán mejorarlo. Es un momento de incertidumbre. Los atentados en Europa se organizan en gran medida desde Siria e Irak. Si el Estado Islámico sigue perdiendo terreno, habrá que ver qué ocurre: será un reto para ellos. América tampoco puede considerarse a salvo. Ya se ha visto con ataques como el de Orlando [Florida]. Y puede haber una reacción de los yihadistas contra Donald Trump. Después de que dijera que quiere impedir que los musulmanes entren en Estados Unidos, pueden tomar medidas contra él.

¿Cree que Francia no ha trabajado para evitar estos atentados?

— Francia ha dejado de invertir en los saberes académicos. Antes teníamos los mejores arabistas del mundo; ahora se ha perdido capacidad para anticiparse. La policía y los ministerios no han identificado cambios fundamentales en la sociedad, como la digitalización. Toda la propagación de la ideología de Al Suri es por internet, pero nadie en los servicios secretos entendió la importancia de Youtube o Twitter para los yihadistas.

¿Se puede separar el ascenso yihadista de los problemas sociales?

— No. Lo principal es arreglar el ascensor social. Por ejemplo, que los jóvenes de los barrios marginales franceses tengan expectativas en la vida. Pero eso es difícil ahora. En Francia el presidente François Hollande ha destruido a la izquierda. La presidencia se decidirá entre la derecha y la extrema derecha: todo el debate político ahora es sobre eso y no sobre la reorientación económica necesaria o la educación apropiada para restaurar la convivencia.

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