Octubre 7, 2024
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Entre visionarios y visionudos


IMPULSO/ Luis Ángel Sánchez R.

Lo malo de sacarse la foto con el muertito

Con la partida de don Jocobo Zabludovsky recordé vivamente anécdotas de Octavio Paz, puesto que en ambos casos salta a la vista lo visionudo de los visionarios al “sacarse la foto con el muertito”.

 

De entrada, cabe explicar, con especial atención a aquellos amantes del anecdotario, que el concepto de “sacarse la foto con el muertito” viene de que, al fallecer un integrante de alguna relevancia en alguna familia relevante, se acostumbraba tomar una foto, de esas llamadas “daguerrotipos”, en la que se registraba la imagen del cadáver en su ataúd, acompañado de toda su familia para que las generaciones posteriores tuvieran conciencia no solo del evento mismo, sino de quiénes integraban su familia.

Claro está que dicha costumbre conlleva sus pros y contras, en tanto que si en tal o cual tiempo resulta ventajoso o no aparecer en una foto como parte de una familia, eso queda ya como un hecho; y eso me recordó, insisto, vivamente, todas esas voces y personajes que casi se desgarraron las vestiduras, cuando murió físicamente el premio Nobel de literatura Octavio Paz. De hecho, recuerdo que no fueron pocos los personajes que durante las exequias del orgullo de las letras mexicanas ante el mundo, se declararon “asiduos lectores, admiradores alumnos por definición y por siempre del gran Maestro ido”.

Sin embargo, el tiempo -si no el único sin duda el mejor sensor de lo que es verdad -, mostró-evidencia que la aportación esencial de la obra del maestro Octavio Paz se quedó sólo como feudo de sus herederos cercanos, ya de círculo de desarrollo ya de coincidencias de pensamiento ya simplemente de época y coincidencia o bien, como una de esas paradojas simpáticas que generan quienes adoptan el disfraz tan oportuno que el intelectualismo ofrece para situaciones como ésa; porque si se ve con frontal objetividad, si la mitad de los personajes que tanto alabaron el pensamiento de Paz, aplicaran la mitad de su legado, no tendríamos el México en el que vivimos, o mejor dicho sobrevivimos los mexicanos de hoy.

Ni hablar, condición humana; será interesante ver al paso del tiempo si el ejemplo y las enseñanzas del maestro Zabludovsky perduran ya no solo en la calidad del periodismo y los periodistas de estos nuevos tiempos sino en su efecto social que, como aseguró Antonio Caso: “es parte de aquellos elementos que esculpen y dirigen el alma de los pueblos”.

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