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ENMENDANDO

IMPULSO/Said Yescas

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Como toda historia yen cada país, México está sufriendo una transición gubernamental bastante fuerte; al parecer terminó el triunfo recurrente de uno de los partidos políticos más viejos. Antes de dicho cambio ejecutivo, se vivió una tensión entre la derecha y la izquierda que es bastante chistosa e irónica a la vez: Mientras el futbol unió gente a nivel mundial, aquí en el país de las maravillas se jugaba en la cancha un vaivén de ofensas y ataques entre posturas de ambos lados; gracias al libro de los rostros, se transportó de portería a portería la tristeza de la que ¡No es nuestra cultura! Pero que hemos apapachado con todas nuestras fuerzas, haciendo el odio más grande, haciendo la desigualdad más fuerte.

Así es, un día los amantes desvividos se abrazaban por el triunfo deportivo, al otro, jugaban a la papa caliente donde el tubérculo fue el clasismo y la intolerancia. Me dueles México, desde que tengo memoria y hasta este momento que me gustaría perderla para aceptar el cauce de la aquella corriente que carece de pensamiento; pero me temo que no será de esa manera.

En pleno siglo XXI, no existe prueba más grande que la vivencia propia y, una de ellas, que nos ha tomado de la mano, es precisamente vivenciar lo que hace de un País a México. No somos democráticos, no somos libres, no somos ricos; no somos felices porque hay que sacrificarse más de lo que debería ser, porque gastamos más en educarnos que en lo que se nos pagaría o porque tenemos que soltar a la familia por subir en el escalafón de las oportunidades. Reina más el dinero y el poder que la verdadera fe, que el compromiso y que la calidad social.

Este año, promete finalizar con el cambio completo de toda cuestión podrida, y vaya que es bastante. Sigo argumentando que un cambio de ideología en las tomas de decisiones no se podría consumar si no cambiamos nosotros mismos, mínimo, dejando de aceptar las arenas movedizas de nuestros gobernantes. Quizás este nuevo sexenio sí sea el arte de lo posible, o no.

Dentro de estos cambios, sonaron mucho las reformas, una de ellas llevó a vender el petróleo, por ende subió el precio del combustible y de todo aquello que cueste trasladar, haciendo más difícil, incluso, llenar la alacena. Otra reforma que en lo personal me pone de nervios, es la educativa.

Una reforma consiste con modificar, mejorar o enmendar algo que se hace equivocadamente, en este caso la educación, desde hace muchos años atrás, es un tema siempre tocado y nunca resuelto; va de nuevo, la vivencia y experiencia nos prueba lo mal que se nos ha educado.

En el portal de internet a cargo del gobierno federal reformas.gob.mx/reforma-educativa, explica con datos duros del Programa Internacional para la Evaluación del Estudiante (PISA, 2012) que el 55 por ciento de los estudiantes de nivel básico no alcanzan la meta de habilidades en matemáticas y el 41 por ciento no alcanza las habilidades necesarias en la comprensión lectora. Las ciencias no se quedan atrás, los espacios insuficientes no potencializan el deporte de manera sana, ni las artes; se le suman los planteles carecientes de óptimas instalaciones incluyendo las zonas más pobres.

Dicha reforma plantea tres puntos: El primero busca mejorar las instalaciones, planes de estudio, profesionalización del docente y las evaluaciones. El segundo se compromete a eliminar la desigualdad del acceso, siendo igual de incluyentes en las zonas marginales y a los educando con capacidades especiales. El tercero quiere involucrar a padres de familia y sociedad en general para participar en la mejora educativa.

Tres puntos presentados por el gabinete de Enrique Peña Nieto; aplaudiría si estuviese seguro que se llevarían a cabo. La historia nos cuenta que las anteriores reformas nos lastimaron, mientras que la poliarquía ganó para solventar sus propios intereses.

Esta decisión es cuestionada por el electo cabecilla del cambio, Andrés Manuel López Obrador, quien según el texto del periódico El País, dará fin a esa reforma el 1 de diciembre con el fin de sustituir por una que no sólo incluya al gabinete, sino a los docentes y padres de familia.

¿Existirá algún trasfondo que beneficie más a unos que a otros y es por eso que se busca reestructurar la reforma? Es claro que por fin vimos el poder del pueblo mexicano y que cada vez estamos más cerca de una democracia; igual de claro la impaciencia por mejorar la educación en todo nivel, ya que siempre se habla de los niveles obligatorios, dejando el nivel superior actuando intransigentemente, educando mal, cobrando bien. Los maestros que pese a su esfuerzo y preparación, que pese a su conocimiento basto pero creciente, sigan ganando tan poco, llevándolos a trabajar en diferentes instituciones, ya no por el amor que le tienen a la formación de los chicos que se toman en serio su papel de estudiantes, sino porque a estos héroes mortales no se les da el reconocimiento que debiera ser. No existe admiración ninguna que se les pueda ofrecer, quedaría pequeña para el gran trabajo que hacen y también veo utópicas las propuestas que se lanzaron por el sexenio pasado, incluyendo la reforma educativa.

Soy estudiante, lucho día a día por vivir y por estudiar lo poco o mucho que recibo; la mayoría de mis amigos son estudiantes, preocupados por pagar aquella suma insultante por un título, preocupados por saber si su conocimiento les servirá afuera de la institución o por saber si sus hermanos serán críticos o máquinas. Tengo grandes amigos profesores, podría decir que con la mayoría de los que tuve y tengo en la universidad concebimos un vínculo preciado, personas admirables quienes se convierten en un ejemplo a seguir, en un modelo de inspiración. A ellos y a nosotros como esponja de saberes, nos tiene bailando con un pie al filo de la banqueta las decisiones que tienen que ver con lo que aprendemos y se nos enseña. Ya basta de una circulación de ideologías basura.

Está por reiniciarse la historia, sin cantar victoria, primero hay que ver que se cumpla todo aquello que nos ha sumergido en un país quebrado, exigir y jamás soltar nuestras propuestas y nuestras posturas, cambiar nosotros, impulsar a quienes se están uniendo en el sendero de la adultez, dejar de permitir y jamás de dejar de aprender.

El cambio no lo hará un presidente, el cambio que queremos lo haremos nosotros y las ganas de que nuestro país y nuestra vida cambien.

 

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