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EN PETIT COMITÉ

Bancarrota, pero moral

IMPULSO/Óscar Mario Beteta

Los desafíos que tendrá que enfrentar Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, son colosales, inconmensurables. Tiene casi todo por demoler y reconstruir, o construir. Pero nada le exigirá más que arrostrar la quiebra moral en la que se halla el país, que él mismo percibe como hundimiento. El concepto bancarrota, que pronunció hace una semana en Nayarit, ha sido remitido esencialmente al ámbito económico con justa razón, pues es donde habitualmente se utiliza para reconocer el estado económico-financiero ruinoso e insalvable de una entidad, ya sea pública, ya sea privada. Pero aclarado por muchos especialistas y matizado por él mismo, la conclusión es que, por fortuna, México no se encuentra en esa situación, si bien no se puede desconocer que enfrenta graves problemas.

Es innegable que, en ese ámbito, el país registra un crecimiento económico muy bajo, una deuda que, elevada pero manejable, según las autoridades hacendarias, una polarización económica marcada por una ofensiva concentración en pocas manos y una acentuada pobreza de millones de persona, y una paridad cambiaria elevada e inestable. Sobre esos y otros indicadores pesa, además, la incertidumbre que hay por la renegociación del TLC con Canadá y Estados Unidos, de cuyo resultado depende, en buena medida, una línea de continuidad para mejorar o al menos mantener lo alcanzado, u obligar a la búsqueda de nuevas opciones, lo cual no sería fácil ni rápido.

Así, la situación de bancarrota es real, pero en el ámbito moral, lo cual AMLO, con todos sus afanes, no podrá frenar ni mucho menos revertir en seis años. Se necesitarán varias generaciones. El tiempo que lleva vigente ese mal, la carta de naturalización que tiene, parece haber entrado ya en nuestro ADN social y casi vital; en nuestras acciones y actividades cotidianas. Ahí están los indicadores al respecto. Los testimonios de esa decadencia moral, se exhiben a diario en políticos de todos los partidos. Tienen nombre y apellidos. Son perfectamente conocidos de todos. Su mala fama por el uso de los recursos públicos ha trascendido las fronteras. Muchos de ellos están bajo proceso; otros se encuentran huyendo.

Pocos están en la cárcel. De entre los últimos gobernantes de todos los rangos pocos pasarían por honorables. Hay excepciones que rompen esa regla. Empezar a contener y a extirpar ese cáncer será una tarea de titanes. En ese caso, no cabe más que compartir la realidad que la futura secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, expresó en términos generales: “se hará lo humanamente posible…”. Pero aun con las limitaciones de tiempo, instrumentos, formas y medios que tendrá el próximo gobierno para encarar este gigantesco reto, la gente espera que haya acciones y sanciones contra quienes han pervertido moralmente al país.

Previsiblemente, la población no aceptará que contra tantos prevaricadores caiga únicamente el “juicio público”, como dijo López Obrador. Es de una lógica elemental que, si su gobierno aspira a construir una etapa de honradez, austeridad y medianía republicana, remueva los escombros y limpie el terreno. Si AMLO presenta evidencias de voluntad y determinación en esa vertiente, habrá comenzado muy bien. La realización de todos los demás cambios que comprenden su Cuarta Transformación, empezaría sólidamente. Tendría el empuje y el impulso de todos. Se entendería indubitablemente que la mudanza es verdadera. Con ello, incluso, comenzaría a hacer honor al nombre del partido que finalmente lo llevó al poder presidencial. El espíritu y la ideología del Movimiento de Renovación Nacional, que 30 millones de ciudadanos respaldaron en las urnas, empezaría a cristalizar. Si esto ocurre, mantendrá y aumentará su consenso y podrá adelantar con firmeza en otras esferas.