Diciembre 23, 2024
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IMPULSO/Óscar Mario Beteta
No equivocar el voto, crucial para el futuro

Gane quien gane la Presidencia de la República dentro de unas horas, la historia del país y de la política continuará. Empero, lo importante es perlar su proyección, sea con José Antonio Meade, Ricardo Anaya o Andrés Manuel López Obrador.

Asumiendo que el triunfador de los comicios sea el candidato de Morena, y considerando que todos sus deseos, proyectos y programas empiecen a cumplirse, la desigualdad, la injusticia, la corrupción y la criminalidad, por ejemplo, no terminarán en su sexenio.

Esos problemas, que se han ido agravando cada vez más, datan de hace muchos años; son estructurales. Y cambiar estructuras, asociadas a culturas, entendidas como formas de ser sociales, no se transforman en seis años ni en décadas.

Pueden tardar generaciones. La esperanza colectiva que subyace en la intención del voto que pone al abanderado de la alianza Juntos Haremos Historia a la cabeza de todas las encuestas no es, ni podría ser, que todo lo negativo que arrastramos como sociedad de larga data, terminará de inmediato. Son procesos.

Él tampoco ha prometido eso. Lo más que podría hacer es empezar a demoler añejos y perniciosos usos y costumbres y a remover los escombros para sentar nuevas bases de comportamiento en todos, en lo cual la educación es definitoria. Pero eso, con todo lo limitado que pueda ser, sería positivo en sí mismo. Empezaría una etapa distinta. Sería fundacional.

El avance sería paulatino y necesariamente obligaría a darle continuidad. Empezar a trabajar sobre la superación de tantas prácticas que han dañado al país en todas sus formas sería, y hay que subrayarlo, apenas el inicio de otro México, recóndito deseo de la mayoría, incluida quizá aquella parte que se ha beneficiado ampliamente del estado de cosas que no quisiera que cambiara.

De fallar todas las “fotografías del momento”, que durante ocho meses han reflejado las 65 encuestas que han colocado a López Obrador como el probable ganador de los comicios del próximo domingo, y sea José Antonio Meade o Ricardo Anaya el que se levante con la victoria, lo esencial no cambiará.

Lo central de un eventual gobierno de Meade o de Anaya, seguiría siendo el sistema de acumulación que, en su fase actual, o sea el neoliberalismo, es señalado en la mayor parte del planeta justamente como el causante de los problemas que pretende resolver: desigualdad, injusticia, pobreza, fenómenos que a su vez han prohijado y/o alentado corrupción, impunidad, criminalidad… Desde 1988 en México, según el corte histórico que hacen varios estudiosos, el neoliberalismo ha beneficiado a pocos y lastimado a millones, lo mismo que en el resto del mundo.

Para nuestro país, esa realidad está contenida en el innegable número de mexicanos que han quedado al margen de beneficios básicos y de oportunidades como alimentación, salud y educación. Dar respuesta sólo a estos tres pendientes, llevará mucho tiempo, sin importar quién gobierne.

Así, lo que realmente está en juego en la disputa del poder político, es el modelo económico. Por un lado, López Obrador pugna por el cambio que, de ganar, no podría pasar de una aplicación moderada del capitalismo salvaje imperante, pero finalmente benéfica para muchas personas.

Por otro, Meade y Anaya, previsiblemente, serían sus continuadores por ideología, formación y afinidades partidistas. Poco se alteraría con ellos en ese aspecto. No obstante, la ciudadanía tiene todo el derecho a decidir.

Con su voto, elegirá a quienes desea que la gobiernen. Su obligación es reflexionar muy bien a quién le dará su confianza con el sufragio.

El acto de un momento se traducirá en un amplio periodo de disfrutar aciertos o de sufrir errores. Aun así, sea Meade, AMLO o Anaya quien acceda a la titularidad del Poder Ejecutivo, su deber es hacerlo mirando a procurar el bienestar si no de todos, sí de la mayoría.

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