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En Petit Comité

Debates inútiles; gasto excesivo y ofensivo del INE
IMPULSO/Óscar Mario Beteta

Los debates entre los candidatos a distintos puestos electivos en México, como en todo el mundo, tienen un objetivo implícito que aquí no se cumple. Al contrario, son lamentables porque de ellos nadie se ilustra ni se informa. Con la escualidez que reflejan, la ciudadanía sólo tiene más confusión, desencanto y frustración.

Su monstruoso costo es fuente de justificada ira colectiva. Proyectados y realizados sobre millones de pesos, los dos intercambios que se han celebrado entre los candidatos presidenciales no han sido el espacio de contrastación de ideas que la gente esperaría para identificar, diferenciar y reflexionar las propuestas de cada uno, con lo cual podría decidir mejor frente a las urnas.

Con formatos a los que nadie les encuentra una cuadratura que sea realmente útil a la ciudadanía, han sido ocasión de supuesto despliegue técnico y escenográfico, pero lo que más han reflejado es un dispendio injustificado e injustificable. En los encuentros del 22 de abril y el 20 de mayo, lo que más proyectaron quienes aspiran a gobernar México el próximo sexenio fue un deseo evidente de destrucción del contrario. Enfermizamente, todos se declararon “ganadores”.

En el del domingo pasado dos ingredientes se sumaron negativamente a lo que se esperaba una mejor competición: la ausencia de una mujer en la lucha sucesoria y el marcado protagonismo de los moderadores, que se movieron entre el papel de inquisidores y cortesanos. Olvidaron que las “estrellas” eran los candidatos, no ellos. Impertinentes, echaron a perder el ejercicio. Esos encuentros, que deberían ser una detallada exposición de los proyectos de nación de cada cual, se convirtieron en confrontaciones bizantinas que no dejaron nada a nadie.

Así, la democracia, conocida como la mejor forma de gobierno que ha existido y por la cual el hombre ha luchado siempre, no termina de arraigar en México. Siendo buena en sí misma, los partidos y los políticos la han desnaturalizado tanto que sus grandes promesas siguen sin cumplirse.

Los candidatos se han referido en momentos a una de las improntas del gobierno popular, que es la igualdad. Empero, ¡qué lejos estamos de conocerla en todas sus dimensiones! En un primer momento, ésta debe darse en los comicios bajo el principio de que todo ciudadano tiene derecho a votar y ser votado.

Para que eso sea real, las funciones electivas deben ser ocupadas por turnos. Eso, regularmente, no ocurre. A ello no contribuye ninguna de las prácticas políticas que vemos. Los debates no incitan a participar en la vida pública. En la actualidad, como nunca, quienes son postulados a puestos de elección representan y/o actúan al impulso del poder económico. Con eso, quienes no tienen fortuna o renta considerables no son elegibles.

La importancia que tienen es momentánea y efímera. Sólo se expresa en las urnas para convalidar al grupo antitético del gobierno popular, que es la oligarquía. Las autoridades electorales abonan enormemente a la permanencia de esas prácticas y de una forma de gobierno disfrazada.

Con base en el dinero, hacen pasar el poder de pocos por el que debería ser de la mayoría. Los escandalosos presupuestos que consumen el INE y los partidos son su peor perversión, pues sostienen lo que la sociedad aborrece y lo recrean en la farsa de los debates.

En la vertiente “democrática” de impulso e instalación de los pudientes en el poder, patente hoy como nunca, incluso quienes han alcanzado un status económico importante, así sea por malas artes, son candidatos a todo tipo de posiciones. Serán “representantes”, desde donde se recrearán como el cada vez más poderoso grupo que son.

Con eso, la participación democrática para todos se demorará indefinidamente y los debates, que se consideran su expresión óptima, servirán sólo para gastar más dinero, en medio de la ruina, la frustración, la rabia, el temor y lo que es peor, hasta la indiferencia que a tantos alcanza.