Diciembre 28, 2024
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IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo

Qué verbo

El informe anual se convirtió en charla privada con trescientos adolescentes, como él. El Congreso quedó atrás, ni modo.

 

Mejor hablemos del verbo “chingar”, que, autoría de don Luis Vega y Monroy, escritor político que colaboró para varias publicaciones destacadas y autor de varios libros, nos lo reseña.

Don Luis fue al mismo tiempo un humorista en serio y en serie, el mejor en manejar, a nuestro juicio, el difícil género epigramático.

Los invito a leer su “Fenomenología y metafísica del verbo chingar”, incluida en nuestro libro “Introducción a la gramática periodística (el despiporre intelectual)”, editado por el Club Primera Plana.

Constituye no solamente un ensayo humorístico lleno de aciertos, sino también una búsqueda sicológica de las implicaciones que el uso de este necesarísimo vocablo tiene en la vida del mexicano.

Debo confesar que un escritor mexicano laureado con el premio Nobel, don Octavio Paz, publicó, luego de que lo hiciera don Luis, algo similar. El que daremos a conocer, sin quitar una coma, es el original: Chingar es el verbo más delicioso del léxico mexicano. Es una palabra tornasolada y proteica, con los más diversos sentidos según el tono con que se pronuncia.

A la hora en que sale retozona en medio de la charla. O las circunstancias que rodean su aparición como chispa traviesa, entre el grupo de amigos

La palabra chingar salta de repente en la discusión que sostienen graves señores de las finanzas y automáticamente el ambiente se torna cordial y se humaniza.

En el murmullo de la cantina, o el congreso, suena de pronto como cañonazo.

Adquiere tiernas y picarescas modulaciones en los dulces labios femeninos y hasta sugiere broncas promisiones viriles en la boca inocente del niño.

Chingar  es un verbo que sirve para todo y que nos sirve a todos.

Con él matizamos sabrosamente nuestro lenguaje. Tan pronto es vívida expresión de gozo, como estallido de ira y desesperación. A ratos es término juguetón y a ratos anuncio de tragedia.

Chingar es el verbo que todos conjugamos en tiempos, modos, formas y personas. Es nuestra gramática parda que nos enseña  a emplearlo en forma activa, pasiva, impersonal, recíproca y reflexiva.

El verbo chingar es al mexicano lo que el calor a la llama. Lo que la frescura a la brisa. Lo que al perfume a la flor. Lo que el político el engaño.

Con esta expresión  el mexicano ríe, llora, trabaja, vive, muere. Se enfurece, se desahoga, se exalta, se calma”.

Leamos más de este vocablo: “En México, al que no chinga, lo chingan, porque en esta vida, quién no lo sabe, hay que chingarse”

Qué decía del combate el revolucionario a quien le había dado en la chapa del alma una bala enemiga:

Ya me chingaron.

Aquí el verbo significa matar y morir

Pero de pronto obtiene otros matices y quiere decir sufrir, tolerar, soportar.

Llega una abnegada madre de familia, esposa de un mexicano habituado a los copetines y se queja amargamente con el señor cura de que ya no soporta la vida que le da su adorado marido. Porque además de gastarse la raya los sábados, le pega cuando no le tiene la comida caliente.

El señor cura consuela a la mujer y le dice: “Calma, hijita ten paciencia. Dios habla por  los que callan”.

Ay padrecito, replica la mujer. Pero mientras Dios habla por los que callan. ¿Quién es la que se chinga?”.

Don Luis fue un genio. Maestro y amigo de grandes periodistas. De esos que inundaban los periódicos con la verdad, que antaño se permitían decir.

Abramos un paréntesis cordial. Y mañana otro poquito de la chinga. Con el debido respeto, por supuesto. Sin faltar a los buenos principios. [email protected]

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