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IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo
Una generación óptima

La Feria Internacional de Libro en Guadalajara, Jalisco, misma que acaba de concluir, nos obliga a retrotraernos al siglo decimonónico y recordar, con el auxilio de nuestro amigo el médico, escritor y poeta don Fernando A Calderón Ramírez de Aguilar, una generación óptima de la literatura.

Para todas las generaciones que nacieron a finales del siglo XIX o a principios del XX, hace 118 años, los pensadores eximios de esta generación fueron el pilar de la formación ética, moral y sociocultural de estas afortunadas progenies de la humanidad.

Al repasar sus nombres, surge de inmediato la veneración y el respeto de todos aquellos que viven amparados en la cultura que esparcieron. En las ideas que dieron formación sólida a las mentes privilegiadas que los leyeron y lo continúan en la actualidad.

Estas modernas generaciones que manejan con gran habilidad la nueva técnica y tecnología, tuvieran acceso a esas ideas guiados por maestros expertos captarían de inmediato que continúan frescas, poderosas y formativas, y que, sin ellos, este mundo sería totalmente diferente. Se encontrarían nuevos caminos para andar y nuevos horizontes que alcanzar, siempre dentro del humanismo necesario para progresar.

La labor literaria y el esfuerzo realizado por la generación del 98 (1898) en España y en el resto del mundo en donde se ubicó es fundamental, no sólo en ese país, sino en toda la cultura contemporánea.

Está formada por un grupo de escritores de muy diversas profesiones que hacen su aparición en el mundo de las letras y la ciencia en la última década del siglo XIX y principios del XX.

El nexo de unión principal entre estos escritores es la actitud que guardan ante la crisis nacional y la pérdida de las últimas colonias españolas en ultramar.
Comparten una conciencia moral que es el reflejo de la profunda crisis política, social e ideológica finisecular, representa la particularidad de este fin de siglo en forma muy particular.

Hay cuatro escritores que se consideran como el arquetipo decimonónico, aunque estamos seguros hay más.
Son José Martínez Ruiz – Azorín -, Miguel de Unamuno, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu. A ellos habría que agregar, en mayor o menor medida, los nombres de Valle-Inclán, José María Benavente, los Machado, los Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset y Gabriel Miró.
Casi todos llevan al cabo su aprendizaje literario en el Madrid de la Regencia de María Cristina. Inmersos en una situación histórica y cultural sumamente compleja, forman un grupo al que otorga transitoria coherencia su encuentro en redacciones de periódicos, tertulias (Café de Madrid. Nuevo Café de Levante) y el emprender juntos diversas empresas literarias.Casi todos se sienten socialmente desplazados, procedentes de familias burguesas acomodadas, mantienen una actitud rebelde ante prejuicios y convenciones de la época.
Salvo Unamuno, son autodidactas y su actividad intelectual es a veces extraña a la Universidad.
El desastre de 1898 acentúa la preocupación de estos escritores por la situación de la península y les empuja a una situación quijotesca y fugaz campaña regeneracionista de activismo político. Tratan de analizar el presente y descubrir el fututo del país. Varios actos políticos son inspirados por el espíritu denominado del noventayochista. Cobra especial relevancia la formación del grupo de los tres, integrado por Pío Baroja, Azorín y Maeztu quienes cuentan con el apoyo de Miguel de Unamuno.
Llevan a cabo una campaña de regeneración desde la revista juventud en la que publican en diciembre de 1901 un manifiesto declarándose Europeizantes y positivistas. Es decir toman para sí la Teoría de Auguste Comte: “el único medio de conocimiento es la experiencia”. Se vuelven empiristas puros y es raro que mentes tan excelsas no piensen en que el conocimiento también se adquiere por el raciocinio y la intuición. Además estos humanistas, educadores, científicos llaman la atención porque no se comprometan políticamente en forma total. Toman una posición escéptica y nihilista un tanto ambigua, con lo que mantienen la negación de todo principio religioso, social y político. Que fue en la mayoría de ellos temporal.

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