Noviembre 5, 2024
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En las nubes

IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo

Mejor te lo platico

Estamos confundidos. Ahora resulta que el señor Donald, antes de asumir la jefatura de los Estados Unidos, ya nos causó, desde hace cuatro años, el daño más terrible.
Leo, sí, estremecido, que el güero es responsable, nos dicen los voceros de Los Pinos –vaya, algunos diarios nacionales y locutores de radio y tv— del crimen, la corrupción, la descomposición. El secuestro, los errores, las pifias, la corrupción, funcionarios perversos, vaya, todo lo malo que hemos asimilado durante décadas. Incluidos los gobernadores ladrones, todo atribuido a él.
Y que además nos van a regresar, por lo pronto a tres millones de latinoamericanos delincuentes fichados en la unión Americana. O están de haraganes. Se preguntaría. ¿Y qué vamos hacer con ellos? Algo útil. Darles trabajo en los poderes. Legislativo y ejecutivo. Llegan con experiencia.
Qué barbaridad. Echarle la culpa a Trump de lo que todavía no hace, pero que seguramente hará, es inicuo. Ya tenemos a quien echarle la culpa de todo lo malo y lo feo. De lo bueno. No hay mucho de alegrarnos. Ni modo.
Para quitarnos el mal sabor de boca mejor les platico integro. Sin quitar algo. Que a nosotros sí nos conmovió. Porque sí tuvimos. Entre comillas: “Hace poco tiempo, comencé a verme con otra mujer. De hecho, fue idea de mi esposa.
Sabes que la amas, me dijo. La vida es demasiado corta, y deberías dedicarle más tiempo a ella.” “Te amo, mi vida”, le respondí. Lo sé, pero también la amas a ella”, me respondió.
Esta otra mujer que mi esposa quería que viera era mi madre. Desde hace varios años es viuda, y por compromisos con el trabajo y los chicos no tuve tiempo de visitarla seguido.
Esa misma noche, llamé a mi madre y la invité a ver una película en el cine y luego cenar en algún lugar. ¿Estás bien? ¿Pasó algo?, me preguntó. Mi madre todavía pertenece a la generación que piensa que un llamado después de las 7 pm solo puede traer malas noticias. Solo quería invitarte a una cena, solo tú y yo… ¿Qué te parece?
Luego de un segundo, respondió “me encantaría”.
Al día siguiente, después del trabajó, conduje hasta su casa para pasarla a buscar. Era viernes por la noche, y tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo, y me sentía tan nervioso como si fuera una primera cita. Cuando llegué, me di cuenta que mi madre también tenía una mezcla de nervios y ansiedad.
Allí estaba ella, sentada, esperando con su viejo tapado, su cabello arreglado y el mismo vestido que usó en el último aniversario de papá
Al verme, su rostro se iluminó con una sonrisa. “Le conté a mis amigas que tenía una cita con mi hijo, y todas estaban muy contentas por mí”, me dijo mi madre al subir al auto.
Aunque el restaurante al que fuimos no era demasiado lujoso, fue muy amigable y servicial. Cuando mi madre me tomó del brazo, pude notar que se sentía como una primera dama. Una vez en la mesa, mamá me pidió que le lea el menú (“mis ojos ya no son lo que eran”, me dijo). Cuando iba por la mitad, levanté la vista y noté que mi madre me observaba con una sonrisa nostálgica.
“Cuando eras pequeño, yo era la encargada de leer el menú”, me dijo. “Bueno, ahora tienes que dejarme devolverte el favor”, le respondí. Tuvimos una maravillosa conversación. No de algún tema en particular, sino de nuestras vidas, y de lo que nos había pasado en ese tiempo. En un momento, hablamos tanto que la conversación se fue por las ramas.
“Volveré a salir contigo si la próxima vez me dejas pagar a mí”, dijo mi madre.
Cuando la dejé en su casa, me sentí muy apenado al verla partir. Antes la abracé, la besé y le dije cuanto la amaba.
Más tarde esa noche, al llegar a casa, mi esposa me preguntó cómo me había ido en la cita. “Fue maravillosa, gracias por la idea”, le respondí, y agregué: “mejor de lo que pensaba”.
Unos días después, mi querida madre falleció de un ataque cardíaco.
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: Todo fue muy rápido y no hubo nada que pudiéramos hacer para revertir la situación.

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