IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo
Y ahora un cuento
Éste era un “líder” apodado el “Bebesaurio”, que, para dejar su encargo en la luz, su “jefe” lo puso al frente de un partido conocido como el Tricolor, que, al igual que los siete restantes, busca la forma de seguir con el engaño al que nos han acostumbrado
“Descubrió” -entre comillas- que muchos de sus gobernadores, para no llamarlos empleados, han robado a manos llenas y, disque para escarmiento, comenzó a “correrlos” de sus filas.
Sin embargo, ya al final, cuando creyó haber limpiado de cerdos su “casa” de Insurgentes Norte, se dio cuenta de algo increíble: no quedaba alguien para cerrar la puerta porque todos huyeron, es la palabra justa, adecuada.
Esto, como prolegómeno, nos da pie para el cuento de la periodista, escritora, y querida colega de muchos años, Rosa María Campos, quien nos deleita con una historia que llama “El muerto que se creía vivo”, alias, agregaríamos nosotros, el bebesaurio tricolor. Integro, sin más, lo transcribimos:
“Arcadio Gómez caminaba sin rumbo bajo una molesta y pertinaz lluviecilla, que si bien no terminaba de mojarlo, le había humedecido toda la ropa.
El mismo no entendía por qué caminaba y caminaba por la carretera de Banderilla a Xalapa sintiéndose distante, ajeno a todo lo que le rodeaba pero obsesionado con llegar, cuanto antes, a casa y ver a su mujer.
Los automóviles, camionetas, tráilers, que circulaban por la carretera lo rozaban y el no sentía miedo. Le extrañaba que no tocaran el claxon. Tal vez los chóferes no lo veían porque la oscuridad era total. Sólo cuando algún relámpago iluminaba el camino sería posible que lo vieran.
Arcadio estaba empapado, pero no sentía frío. Lo único que se le ocurría hacer era sacudir a cada rato su chaqueta con las manos y continuar su caminata.
De repente un farol ilumino sus manos. ¡Estaban rojas, totalmente rojas! ¿Será sangre?, se preguntó Arcadio y aceleró el paso, mientras los árboles que se mecían al ritmo que imponía el viento empezaron a lanzar una serie de tenues lamentos, que tampoco inquietaron al caminante, quién ensimismado en sus pensamientos no se percataba de que una sombra lo iba siguiendo.
La sombra correspondía a una mujer joven y pálida como un cadáver, de enormes ojos negros que miraban con desesperación, mientras sus largos cabellos caían en desorden sobre sus hombros.
Mientras tanto, la noche se ennegrecía como nunca, la llovizna se convertía en aguacero, pero a lo lejos empezaron a vislumbrase lucecillas que se iban asomando con lentitud, para anunciar a la cercanía de Xalapa, mientras Arcadio y la mujer caminaban como autómatas.
Al fin la extraña pareja, sin entrelazar palabras, llegó a las orillas de Xalapa.
Cuando el primer farol apareció Arcadio volvió a revisar sus manos ensangrentadas. Esta vez sí se asusto, para entonces la joven, que lo seguía, se acercó a él para acariciarlo y asirse de su brazo hasta llegar a la residencia de la familia Gómez de donde, antes que Arcadio tocara la campana del portón, la joven desapareció.
Curiosamente, Arcadio no necesitó tocar la campana. Sin proponérselo, pudo atravesar el portón. Dios mío como logré hacer tal cosa. ¿Qué ocurre? Se pregunto desconcertado Arcadio y entró en la casa.
En la sala de su casa, recién remodelada por su esposa Martha, Arcadio se sorprendió de ver a tantos parientes y amigos vestidos de negro, quienes sentados en círculo, muy circunspectos, hablaban quedito con voz entrecortada Su esposa, entre ellos, lloraba desconsoladamente.
Arcadio se acerco a su mujer a preguntarle ¿Qué sucede, amor, qué sucede? Ella lo ignoró, ni una miradita. Continuó con su mar de lágrimas.
Arcadio sin saber qué hacer supuso que Martha su esposa, ya se había enterado de su escapada con Angelina, su mejor amiga, a la ciudad de México. Sin duda alguna, el chisme había corrido, como sucede en provincia: “Pueblo chico, infierno grande”. Seguro que ahora todos estaban ahí para recriminarlo.
Y ahora, ¿qué le digo a Martha? Se preguntó para sí Arcadio. Y optó por ir a refugiarse en su recamara, tomar un baño, cambiarse de ropa y regresar a la sala, menos nervioso y afrontar la regañada.
: Al atravesar el comedor, se encontró con Justino, su compadre, sigilosamente, se le acercó, pero su compadre le volteó la espalda y se fue directo hacía donde estaba su mujer.