Octavio Rodríguez Araujo
Ricardo Anaya es un hombre del sistema, un personaje político que defiende, como lo ha hecho su partido, el neoliberalismo inaugurado en los años 80 del siglo pasado. Junto con Meade, de ganar cualquiera de los dos, el neoliberalismo tecnocrático estaría garantizado por seis años más. Los priistas o, mejor dicho, los neopriistas y sus aliados le dieron votos a Felipe Calderón para que derrotara a López Obrador en 2006. ¿Por qué no pensar que harán lo mismo si su candidato sigue sin levantar simpatías durante el periodo de campañas? Lo que quieren, el PRI y el PAN, pero también los perredistas y demás aliados de las coaliciones que formaron, es evitar que AMLO triunfe y le ponga límites al neoliberalismo del que los anteriores se han beneficiado ampliamente.
No me sorprendería, si mi hipótesis es correcta, que Anaya resultara exculpado de lo que hasta ahora se le acusa y que, en consecuencia, pudiera convertirse en un verdadero competidor de quien está todavía en el primer lugar en las encuestas. La estrategia seguida parece ser semejante a la seguida por Fox en 2005 para desacreditar a López Obrador, misma que se le revirtió posicionándolo en el primer lugar (de allí las trampas que tuvieron que hacer para evitar que ganara). La apariencia, en este caso (2018), es llamar la atención de todo el mundo haciendo creer, sin demostrarse aún, que Anaya ha cometido ilícitos de tal grado que no deberá ser presidente del país. Luego, si seguimos la misma lógica, los tribunales del caso dirán “usted disculpe” y Anaya habrá crecido considerablemente y será un mejor competidor por el que votarán sin duda muchos priistas y, desde luego, muchos panistas y los aliados correspondientes. Para los defensores del neoliberalismo (rupturas cupulares al margen), dan lo mismo Anaya que Meade, lo que importa es que no sea AMLO. Y como Meade no levanta, pues ni modo, escribirá en su currículum que fue candidato presidencial.
Si la anterior hipótesis es incorrecta, pues qué pena, perderán tanto Anaya como Meade y la jugada de Presidencia con la PGR quedará como una muestra más de la ineptitud del Poder Ejecutivo de la nación. Nada nuevo que no supiéramos desde hace rato.
Lo grave del asunto, independientemente de los resultados, es que en esta guerra por el poder se esté judicializando, otra vez, la elección presidencial y que, privilegiando los supuestos ilícitos de Anaya, se estén ocultando otros mucho más espinosos que han implicado cientos y miles de millones de pesos que involucren a funcionarios cercanos al Gobierno Federal o directamente de éste.
No menos preocupante es que un “partido” sin registro, la PGR en este caso, esté politizando su trabajo en lugar de apegarse al cumplimiento de la ley, además de no involucrarse “oportunamente” en la cuestión electoral. No le corresponde, ni tampoco al Presidente de México (quien ya dijo, aunque no le creemos, que no se va a meter). Ya estamos hartos de elecciones de Estado, los comicios, no convendría olvidarlo, son entre partidos y candidatos, por un lado, y ciudadanos con derecho al sufragio, por el otro. Todos los demás no están ni debieran estar invitados. Y, por cierto, ¿no es esto incumbencia del INE y del Tribunal Electoral?
¿Qué esperamos para protestar?, si queremos elecciones limpias y transparentes, exijámoslas, comencemos desde ahora a rechazar que el Gobierno se inmiscuya en ellas. No esperemos a que el proceso electoral se desenvuelva al gusto de quienes mal nos gobiernan, como si nuestro papel como ciudadanos fuera de espectadores. No olvidemos que el artículo 39 constitucional señala que, en nosotros, el pueblo, reside la soberanía nacional, ejerzámosla.
Quienes están involucrados en este juego perverso no tienen ningún respeto por sus propias instituciones ni por el futuro de la precaria democracia que tenemos. Son de vista corta y de carácter mezquino, sólo ven el futuro muy inmediato y sus intereses como clase dominante. El país los tiene sin cuidado y la situación de la mayoría de los mexicanos les importa un rábano.
No es que yo apoye a López Obrador, no con las alianzas que ha hecho ni por varios candidatos que ha designado, pero justo es reconocer que el tabasqueño se ha preocupado más que sus competidores por el bienestar de los más pobres y por la salud de la República, aunque ésta siga bajo el manto del capitalismo. Porque también, si hablamos de capitalismo, éste puede ser muy malo para la población menos favorecida o menos malo para ésta, como fue el caso, por ejemplo, de Estados Unidos con Roosevelt y su política económica del New Deal. Los matices sí importan.