IMPULSO/
José Antonio Crespo
Para quienes han comprado la visión maniquea de López Obrador, de que de un lado está él y MORENA y del otro la mafia, sin excepciones o matices de ningún tipo, les costará algo entender lo que está ocurriendo entre el PRI y el PAN (el presunto PRIAN). Por más que sus idearios y programas coincidan en lo esencial, está de por medio la pugna por el poder. Cada uno quiere ganar la presidencia y no cederla al otro, por más que un objetivo común sea detener a AMLO. Cada uno quiere alcanzar ese propósito ganando la Presidencia para sí, no para el otro. Están en plena contienda por el segundo lugar en la elección para desde ahí competirle a Morena la presidencia. El pleito entre ambos partidos es pues real y va escalando. Probablemente el inicio de hostilidades (considerando los triunfos del PAN y derrotas del PRI en 2016), fue la elección de Coahuila. Los trascendidos aseguran que Ricardo Anaya propuso a Enrique Ochoa que el PRI cediera ese estado arrebatado a la mala a cambio de quitar presión sobre el Estado de México. El gobierno rechazó la oferta (y la bancada del PRI en el INE se opuso con todo a que se anulara la elección). Por lo cual Anaya decidió endurecer su posición. Un punto vulnerable para el PRI era, evidentemente, el nombramiento de Raúl Cervantes como Fiscal de la República por nueve años, lo que garantizaría la impunidad del gobierno saliente. Que el PAN hubiera avalado anteriormente el “pase automático” era ahora irrelevante (y desde luego a la ciudadanía en general le importa un comino que el PAN o Anaya sean incongruentes, cuando lo que está en juego es la viabilidad de una nueva justicia y del Sistema Nacional Anticorrupción). Maquiavelo no hubiera recomendado otra cosa. Desde luego, nada garantiza que el nuevo Fiscal no vaya a ser también una ficha de negociación entre partidos, sin gozar de la autonomía requerida.
Los ataques a Anaya sobre el enriquecimiento presuntamente ilícito de su familia (no me consta que lo sea) tiene todos los visos de haber sido patrocinado por el propio gobierno, como asegura el panista. De haber sido “fuego amigo” como alguno sugirieron, Ochoa hubiera dejado pasar ese misil. En cambio se montó en él para golpear en lo posible a su rival. Y todo indica que se intentó doblar a Anaya desde dentro del partido mismo, con los senadores calderonistas y vallistas). No se explica de otra forma la designación de Ernesto Cordero en la mesa directiva.