Rodrigo Sandoval Almazán
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Había un vez un país muy muy rico que había elegido un gobernante muy muy soberbio. Sus habitantes pensaron que era la única oportunidad que tenían de regresarle a su patria el olvidado prestigio que tenía. Se equivocaron.
Con el paso de los días su desencanto fue creciendo. Primero fueron las acciones que realizaba su gobernante con la sociedad: en contra de las minorías, radicalización de sus palabras, creando mayor división entre sus votantes y sus oponentes; desplantes frecuentes con los medios de comunicación, promoviendo una relación tirante y amenazadora con la prensa que se convirtió en hostil. Pero sobre todo aquél hombre sólo tenía lugar para hablar de alguien: de sí mismo. Y lo que decía era la verdad absoluta: el resto era mentira.
Cuando encontraba noticias o hechos irrefutables que denostaban su figura o sus decisiones simplemente decidía cambiarlos. Proponer una idea diferente, una versión distinta a la realidad. Era su realidad la que importaba y nada más. Muchas televisoras, periódicos y medios en línea le siguieron el juego, pensaron que así podrían ganar su favor y mantener sus privilegios. También se equivocaron.
Después los habitantes vieron como desarticulaba los otros poderes de su nación. Desmantelaba el poder en el congreso, imponiendo decisiones a través de sus líderes, midiendo su influencia, dando manotazos en la mesa para tener más poder y poder controlar el presupuesto, sus leyes y su visión de la realidad. Vivía en el pasado. Creía que podía dirigir su país desde su propia vida y experiencia personal, claro, nunca antes había gobernado una nación.
Le llegó el momento a la corte. No sólo pudo imponer sus jueces, sino que hasta los que le contradecían se morían. De un momento a otro tuvo el control del poder judicial, atendió a sus deseos, aunque matizados y escondidos pero al fin y al cabo le dieron la razón, no por encima de la ley sino rodeando la misma. No violando la constitución sino acomodando para que se adapte a los deseos del poderoso.
Tanto diputados como magistrados sabían que detrás del gobernante estaban los militares. Ahora, los hombres de verde controlaban todo. Desde la agenda de reuniones y visitas hasta las construcciones, puentes, aeropuertos y caminos federales. Por si fuera poco, les había dado poderes casi absolutos para “terminar” con la delincuencia, el narcotráfico y la guerra del terrorismo interno y externo que libraban. Sí, ellos tenían el oído, la mano y el ojo de ese gobernante que sólo quería escuchar el: “sí señor” al que estaban acostumbrados por la obediencia militar y así fue como su influencia y poder fue creciendo. ¿Cómo se los quitarán después?
Algunos votantes se dieron cuenta, comenzaron a dudar de quien les había brindado esperanza, tuvieron que mirar hacia otro lado, regresar a los viejos partidos políticos, volver a caer en el pasado y en la historia de terror y miedo que les habían contado los dirigentes y políticos que nunca creyeron. Comenzó a regresar la confianza en ellos, pero… sólo algunos, la mayoría continuaba en su necedad, en su obstinación o en su deseo inconsciente de que todo iba a mejorar.
A pesar de que todos observan como la economía se desmorona, sus hijos pierden sus empleos, las ventas se desploman, el dinero no alcanza para nada y los ahorros comienzan a menguar; no hay inversiones ni inversionistas, sino usureros y ladrones. Pululan criminales sin castigo y aumenta la corrupción y la desesperanza. A pesar de ello siguen en su necedad, creyendo en él, lo escuchan y lo admiran como si vieran al salvador.
Lo quieren, lo miman, lo adoran, lo sueñan y le envían protecciones divinas para que se mantenga en su puesto. Los tiene hipnotizados, cual zombies ambulantes que caminan hacia la destrucción. Aún no llega nadie que les quite la venda y los devuelva a la realidad.
Muchos lo han intentando y fracasaron. Desde los medios de comunicación se lanzan llamadas de auxilio, las redes sociales están llenas de protestas, estudios, análisis, grupos de inconformes que se reúnen, peticiones para sacarlo del poder, para llenar las calles, para ser escuchados: caen al vacío. Ninguna voz perdura, no hay ideas que enciendan mentes y corazones, sólo se escuchan así mismos. Solo producen ecos rebeldes que se les regresan así mismos.
Y ellos, los votantes salen a vitorear al gobernante de las barras y las estrellas, de la supremacia blanca, de la nación más poderosa del mundo. Los necios frente al poder. No no es México ¿Cómo creen?… los votantes americanos tiene en sus manos que gane la cordura o impere la razón en lugar de que prevalezca la necedad. Esperemos por el bien del mundo que se les abran los ojos y rompan el encanto en que están metidos.