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IMPULSO/ Samuel García/Arena Pública

Alza en tasas, ¿por qué?

El tercer incremento en el año de la tasa de interés de referencia, que ayer anunció el banco central, no es otra cosa más que el reconocimiento de la vulnerabilidad de la economía mexicana.

 

La llamada ‘tasa objetivo’ que determina la Junta de Gobierno del Banco de México –y que es la base para determinar las tasas de interés a los créditos en el sistema financiero- se ha elevado de 3.00% a 4.75% en los últimos 10 meses, buscando mitigar los crecientes riesgos que enfrenta la economía y, en particular, un potencial descontrol en la inflación derivado de la brutal depreciación del peso frente al dólar que en los últimos dos años suma más de 50%.

Más allá de las explicaciones técnicas y del lenguaje ‘diplomático’ de los banqueros centrales cuando intentan explicar estos asuntos, el hecho es que los miembros de la Junta de Gobierno del Banco de México nos están diciendo que la economía no marcha bien y que los riesgos de ahora son mayores que aquellos de los últimos meses. Algo que sabíamos de antemano, pero que ahora lo ratifica el banco central.

Agustín Carstens lo habría sintetizado coloquialmente como ‘la tormenta que se avecina’, según declaró ayer el senador panista Fernando Herrera Ávila a la prensa, cuando reseñó la vista del gobernador a los legisladores panistas en el Senado.

En pocas palabras, es la tormenta financiera que se avecina cuando en México tenemos una economía endeble. Es la crisis perfecta. La herencia maldita de una política fiscal irresponsable.

El último diagnóstico del banco central es simple: Hay mayores riesgos que amenazan el crecimiento económico y la estabilidad de los precios en el país. Las causas de un menor crecimiento tienen que ver con el freno en el crecimiento del consumo y de débiles niveles de inversión y de demanda del exterior.

Mientras que la estabilidad de los precios está amenazada por una mayor depreciación del peso frente al dólar, que el banco central sí está considerando en su escenario de riesgos.

Pero hay un asunto más que la Junta de Gobierno del Banco de México no ha dejado de insistir en los últimos meses y que, en esta ocasión, no es la excepción: Que los planes fiscales planteados por el Gobierno Federal, sobre el freno al gasto público y a la deuda, efectivamente se ejecuten.

El banco central lo dice suavecito, pero la intención no lo es. Y con razón. El problema del gobierno federal que encabeza Enrique Peña Nieto es su falta de credibilidad. Y es que Luis Videgaray nunca cumplió los recortes al gasto público que prometió, tal y como lo muestran los reportes mensuales de finanzas públicas y de deuda pública que envió al Congreso en el último año.

Se anunciaron recortes, pero éstos nunca se reflejaron en el gasto realmente ejercido. Como tampoco se cumplieron las promesas de mantener un balance presupuestal que hizo el Presidente al inicio de su sexenio; el llamado déficit cero. Más temprano que tarde, incumplieron su palabra.

Esto provocó la desconfianza de los inversionistas, a pesar de las reformas estructurales anunciadas. No se pueden romper las reglas a mitad del río y no sufrir las consecuencias. Fue soberbia pura la que tiró la confianza de los capitales en México.

No es casualidad, entonces, que la depreciación del peso se acelerara a finales de 2014 para ya no parar hasta ahora, a pesar de algunos tibios esfuerzos por detenerla.

Los analistas de Citigroup lo dijeron sin pelos en la lengua en junio pasado en un reporte que publicaron en inglés, dejando ver su desconfianza en la palabra del gobierno y recomendando a su clientela que vendan sus pesos mexicanos y se hagan de dólares.

No creyeron en el ajuste fiscal prometido por Videgaray, por razones electorales. Y qué razón tienen, si la historia reciente así lo demuestra, sean gobiernos priistas o panistas.

Pero los analistas de Citi no son los únicos que piensan así. El más reciente reporte del español BBVA sobre la depreciación del peso, hace sentir su crítica al gobierno (suave, pero crítica al fin) por no asumir una política fiscal acorde con los riesgos de la incertidumbre.

¿Acaso ahora José Antonio Meade, el titular de Hacienda, ejecutará los recortes al gasto público y pondrá los frenos a la deuda, como se ha dicho en el discurso sobre el Paquete Económico para el próximo año y que elaboró su antecesor Luis Videgaray? Es la pregunta que se puede leer entrelíneas de la Junta de Gobierno del banco central.

La respuesta tiene que ver con los grados de libertad de Meade, quien –claro está- no se maneja solo en esto de la ejecución del más poderoso instrumento político que tiene un gobierno, como es el presupuesto.

Allí está el presidente Peña Nieto y, por supuesto, también su alter ego, para decir la última palabra sobre el monto ejercido del gasto público para el próximo año y, claro, su destino.

Así que el tercer incremento de la tasa de interés intenta llegar como un pequeño salvavidas, en medio de barruntos de tormentas; sí desde Washington, pero sobre todo de aquí cerquita, desde Los Pinos, en Chapultepec.

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