IMPULSO/ Samuel García/Arena Pública
La crisis de las expectativas
¿Acaso se ha desvanecido el sueño de construir una economía menos desigual como lo aprendimos durante nuestros años en la universidad? ¿Acaso hemos aprehendido a justificar la lacerante pobreza en la que sobreviven millones de compatriotas en pueblos, rancherías y alrededor de nuestras ciudades?
¿Se ha apocado la ilusión de los jóvenes de conseguir un trabajo con salarios suficientes para vivir y para ser exitosos por méritos propios? ¿Acaso los empresarios ya dejaron de creer que es posible ganar licitaciones públicas sin ceder a los chantajes de corrupción de los políticos? ¿Se puede vivir así?
¿Acaso ya los padres perdimos la ilusión de que nuestros hijos salgan a nuestras calles sin el temor de no volver a verlos? ¿Acaso ya dimos por ‘muerta’ la esperanza de acudir a las urnas con la certeza de que habrá suficientes contrapesos al poder como para que el Presidente se retire de Los Pinos con el producto económico de su trabajo? ¿Se puede vivir así?
¿Acaso ya ni siquiera nos avergüenza, ni nos importa, la exigencia de justicia de lo ocurrido en Ayotzinapa, Guerrero, o en Tetelcingo, Morelos? ¿Acaso se puede vivir en medio de una necrópolis, de un sembradío de fosas comunes en las que se ha convertido el territorio nacional? ¿Se puede vivir así?
¿Acaso ya nos resignamos al insulto callado cuando leemos en los diarios sobre gobernadores o funcionarios federales convertidos en multimillonarios producto de su paso por las arcas públicas bajo la complicidad de partidos políticos, de jueces corruptos, de empresarios y del propio gobierno?
¿Acaso el hedor de la corrupción y de las mentiras repetidas desde los ámbitos públicos bajo la retórica discursiva ya es imperceptible para el olfato ciudadano? ¿Se puede vivir así?
¿Acaso tiene fin este impasse? ¿Este atolladero que lleva décadas minando nuestras esperanzas y robándonos un futuro que ya damos por perdido?
En una entrevista reciente, Juan Villoro describió la realidad de México con crudeza pero con una impecable lucidez: “Estamos no sólo ante una crisis de la realidad, sino ante una crisis de las expectativas”.
No sólo se trata de la incertidumbre añadida por la llegada de un personaje como Trump a la Casa Blanca en Washington, ése es un ingrediente más de nuestra ya añeja crisis de expectativas, los mexicanos dejamos de confiar en el futuro hace ya tiempo. Con todo y su desprestigio reciente, si algo han corroborado las encuestas en los últimos años, es la grave tendencia al deterioro de la confianza.
Un hecho poco común apareció recientemente en una de estas encuestas, quizá una de las más reconocidas en el ámbito económico por quien las realiza. Ninguno de los 35 grupos de analistas mexicanos y extranjeros encuestados por el Banco de México a finales de noviembre respondió que la coyuntura actual es un buen momento para que las empresas realicen inversiones en México.