Noviembre 19, 2024
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El Filósofo de Güémez

IMPULSO/Ramón Durón Ruíz (†)
¡Dónde no está!

EL poder de Dios es inconmensurable, aquellos que se atreven a desafiar su generosidad prueban la desdicha, como el cantante famoso John Lennon que declarara a una revista americana: “El cristianismo va a acabar, desaparecer. Yo no necesito discutir sobre eso, estoy seguro. Hoy nosotros –Los Beatles– somos más populares que Jesucristo”.

Después de dicha declaración Lennon fue acribillado de cinco tiros por un fan.
Algo parecido le sucedió a Tancredo Neves que en plena campaña política expresó lleno de la vanidad de quien siente el triunfo: “Si mi partido –PDS– gana la presidencia, ni DIOS nos la quita”. Efectivamente ganó la contienda electoral, pero un día antes de la toma de protesta le fue arrebatada la silla presidencial.

Otro caso muy conocido lo fue el del famoso barco Titanic, el mayor navío de pasajeros de su época; el día en que se hizo a la mar le preguntaron a su constructor:
— “¿qué nos dice de la seguridad de su barco?
— Ni Dios puede hundirlo –contestó en tono irónico”.

El resultado todos lo sabemos, el mayor naufragio que haya existido hasta la actualidad.
Todavía tenemos mucho que aprender de las lecciones de Jesús, como aquella ocasión en que azotó a Tampico, Tamaulipas, el huracán Beulah; “un pequeño barco iba ingresando al puerto, el movimiento era terrible –se requería auténticamente ser hombre de mar para no sentir miedo por el gran bamboleo que producía náuseas– las enormes olas mecían caprichosamente la pequeña embarcación, cuando uno de los marineros recibió la orden de subir a un mástil, a medida que subía se sentía peor… el viejo capitán le gritó:

— ¡Si no quieres sentirte mal, mira hacia arriba!”.

La moraleja de esta modesta historia nos viene a la medida, si no queremos que los problemas de la vida nos mareen…. miremos hacia arriba, pidámosle a Dios:

“Humildad, para encontrarlo en nuestro corazón, generosidad para compartir, amor y fe que llenen nuestra alma, humor, que nos ayude a ser mejores y vivir con alegría y, sobre todo, que de él aprendamos la hermosa tarea de darnos a los demás”.

Diariamente, hago mía la epístola de San Vitelio: “El que ama a DIOS en sus criaturas, el que tiene gratitud para sus padres, el que da ternura y cuidados a su esposa y a sus hijos; el que llena las horas de cada día con su trabajo honrado; el que ama y sonríe y hace bien a todos y a ninguno mal: ese es un santo”.

DIOS, en una profunda muestra de su sabiduría, hizo la sonrisa, ese precioso “Don” que consiste en iluminar el mundo cuando la luz está apagada; con el tiempo he aprendido que la mejor oración para pedir éxito en la vida es la que se hace mientras se trabaja y se sonríe.

En un mundo como el nuestro, con tantas cosas por transformar, mejorar y cambiar, el pecado más grande es no amarse a sí mismo, para amar a los demás, y después no sonreír, no iluminar el camino de la vida con el buen sentido del humor.

Lo anterior me recuerda la ocasión aquella en la que Nemoroso, el joven sacerdote de Güémez, daba catecismo a los infantes, a quienes tenía atrapados con su didáctica habilidad para transmitir los preceptos religiosos, mirando al niño Filosofito de Güémez le dice:

–– Te daré cinco pesos si me dices dónde está Dios.
–– Y yo le daré a usted diez pesos… –responde ágilmente el niño– ¡si me dice dónde no está!

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