Juan O’Gorman
Desgraciadamente, en las próximas elecciones de julio los mexicanos no vamos a votar por quien queremos que gobierne, sino por quien no queremos que gobierne. Es triste. No vamos a votar por las ideas o principios de tal o cual candidato o partido, sino por el miedo de que tal candidato llegue al poder, el enojo que impulsa el voto de castigo, o la pereza de gobiernos a medias tintas que no remediaron lo que dijeron iban a solucionar. ¿A qué me refiero?
Al enojo que nos ha causado la persistencia de la dictadura perfecta con un twist de neoliberalismo y una ausencia total de sentido social, del bien común y de los valores humanos más esenciales: la honestidad y la honradez; lo que ha resultado en un sexenio lleno de excesos de poder, desde los más obvios como la farsa de la “Casa Blanca”, hasta el entramado de profunda corrupción que ha evidenciado la “Estafa Maestra”, todo aderezado con un clima de inseguridad fuera de control.
Por otro lado, el miedo que causa el mesías, el populista que promete remedios mágicos sin dar razón o argumento de su dicho. El vendedor de espejitos que acomoda, que llena el oído, que compra la confianza a una sociedad mayoritariamente agotada por los abusos del grupo en el poder. Una sociedad que decide votar por desesperación.
El miedo sustentado que causa el candidato que incurre en sinsentidos e incongruencias políticas, éticas, morales e ideológicas sólo por acomodarse a una sociedad que hoy es una masa amorfa en cuanto a ideas, creencias y formas de pensar. De ahí el surgimiento de los zombis —les suplico vean el significado de la palabra en el Diccionario, de preferencia el de la RAE.
Finalmente, la flojera y la apatía que causa el candidato del partido que gobernó doce años, que prometió cambios de gran calado, y que —secuestrado por el verdadero poder— no pudo más que seguir los pasos de éste y mantener la casa en orden y las lámparas con aceite para cuando llegara el señor a reclamar lo que era suyo.
La democracia en su sentido más puro no es la capacidad de los ciudadanos de elegir a sus gobernantes, sino la forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. El elegir quién no queremos que gobierne —como va a pasar en estas elecciones— no es democracia, sino democratería, si se me permite el término.
Para ejercer el poder se requiere primero información y luego decisión, y para tomar una verdadera decisión se necesita libertad de consciencia para elegir lo que realmente se quiere. El miedo, el enojo y la desidia inhiben la capacidad de decisión e impiden el ejercicio de la libertad. El miedo paraliza la razón, el enojo la niebla y la apatía desmotiva. ¿Cómo entonces podemos tomar una decisión bajo estas condiciones? ¿Cómo los ciudadanos podemos ejercer el poder de esta forma, bajo estas circunstancias?
¿Pero qué es lo que verdaderamente nos da miedo, nos causa enojo o nos desilusiona? No son las ideas, no son los principios y no son las distintas formas de pensar de los distintos candidatos, ni siquiera son las personas, son los partidos políticos. Los partidos políticos son el sistema —hoy muy enfermo— que nos inventamos los mexicanos para acceder al poder, para ejercerlo, para vivir la democracia.
Los mexicanos no vamos a votar las próximas elecciones por quien queramos que nos represente o por la filosofía que queremos guíe a este país, sólo vamos a votar por lo que nos queda votar: por la opción que evite que tal o cual partido nos gobierne.
Sea cual quiera que sea el resultado de estas elecciones, si los mexicanos queremos evolucionar a una verdadera democracia como forma de gobierno tenemos que retomar el poder que hoy está en manos de los partidos. Tenemos que cortarles el financiamiento público sin dejar de vigilar cómo gastan dinero. Tenemos que fiscalizarlos como las personas morales sin fines de lucro que deberían de ser, no como los superseres fuera de la ley, como hoy se comportan.
Tenemos que dejarlos de ver como el medio para llegar a alcanzar las prebendas que del gobierno escurren. Los partidos tienen que dejar de ser los country club o los business club de los políticos, burócratas y empresarios lambiscones, y ser la representación ideológica de los distintos sistemas que se proponen para gobernarnos.
En tanto no nos liberemos del secuestro en el que nos tienen los partidos políticos, los mexicanos no vamos a ejercer el poder que nos debería de dar la supuesta democracia que tenemos. Los partidos concebidos como una congregación de poder para vencer al partido en el poder en los años noventa del siglo pasado, tras setenta años de hegemonía de un solo grupo, ya no son el vehículo adecuado para que los ciudadanos ejerzamos el poder. Son sólo un sistema de repartición de beneficios políticos con dinero público.