IMPULSO/ Agencia SUN
Ciudad de México
Todos los colores habitan en la casa de Eduardo del Río. La luz entra por un gran ventanal y pinta de azul profundo los ojos del caricaturista. Las paredes son amarillas y azules, y por todas partes se asoman los símbolos del pensamiento e ideología de Rius, el monero rojillo, revoltoso, izquierdoso, ateo y vegetariano que una noche en los años 60, por ser congruente con lo que hacía y con lo que pensaba, estuvo al pie de su propio fosa en el Nevado de Toluca a punto de ser asesinado. En una esquina está una figurilla del subcomandante Marcos, en un muro está la Virgen de Guadalupe orgullosa de sus curvas desnudas, detrás del sillón vigila Ernesto Guevara, “El Ché”, escondido entre matorrales; sobre una repisa descansa Calzonzin, tallado en madera, uno de los personajes más afamados de su larga y fructífera carrera.
Son las once de la mañana de un jueves en Tepoztlán. Eduardo del Río, el monero que revolucionó la historieta nacional con “Los Supermachos” y “Los agachados”, y que con “Cuba para principiantes”, publicado en 1966, creó una forma original de comunicar información y conocimientos a través del humor, está de buenas. ¿Acaso siempre lo está? Quizá. Lleva más de la mitad de su vida dedicado al humor. Es un día tranquilo. La muerte de Fidel Castro aún no ocurre y aunque Rius ha reconocido su desencanto por el régimen instaurado en Cuba y su decepción por el comandante, sigue pensando que el socialismo democrático es posible, todavía…
Durante la conversación con EL UNIVERSAL tampoco está enterado de que el próximo miércoles 7 de diciembre a las 17:00 horas el Gobierno de la Ciudad de México, a través de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, le entregará el Primer Reconocimiento Gabriel Vargas por su trayectoria como caricaturista. Los premios y reconocimientos han sido una constante en su carrera, en el libro “Mis confusiones. Memorias desmemoriadas” (Grijalbo, 2014) asegura que perdió la cuenta de todas las tesis que se han hecho de sus libros y de su trabajo, y cuenta por qué ha rechazado los Honoris Causa que le han otorgado al menos tres universidades. No simpatiza, ha dicho, con los reconocimientos, le parecen un tributo al ego. Por eso, en su libro también escribe que no es más que un “vulgar autodidacta”.