IMPULSO/ Julio César Zúñiga
Toluca
En el norte del estado puede originarse un epicentro que puede causar movimentos sísmicos que ponga en peligro miles de vidas.
Segunda de tres partes
Las nuevas generaciones no lo saben, pero en el norte del estado está latente un peligro que ha acumulado la energía suficiente para causar graves pérdidas humanas y materiales más allá del Estado de México, es la falla de Acambay, cuyo reacomodo de placas tectónicas originó el sismo más devastador que ha sufrido el Estado de México, percibido a 99 mil 500 kilómetros cuadrados a la redonda.
Según voces autorizadas en la materia, este último sismo de magnitud 7.1 grados con epicentro en el sureste de Axochiapan, Morelos, se llegó a sentir en algunas regiones de Querétaro y pudo haber causado, aunque no es seguro, un acomodamiento súbito, potenciado por la subducción cíclica de las placas encontradas en esta falla.
Fue una fría mañana del martes 19 de noviembre de 1912, a las siete en punto, el campanero había dado la tercer llamada y el párroco José Figueroa había comenzado la misa. A las siete horas con 18 minutos y 17 segundos, el sacerdote terminaba el evangelio y se disponía a iniciar el sermón cuando, de pronto, fue interrumpido por un inusitado ladrido de perros seguido del movimiento de la tierra.
En su libro Acambay de mis amores, el periodista, escritor y ensayista Eliseo Lugo Plata, Q. E. P. D., documentó que, “en medio de aquel espantoso pánico, primero se escucharon gritos de alerta: ‘¡Esta temblando!’, después gritos de desesperación ante la imposibilidad de salir, pues la puerta principal y el pequeño acceso lateral se convirtieron en un embudo.
Seguido de un crujir de muros, comenzaron a caer pedazos de techumbre, hasta que todo quedo bajo la bóveda celeste. La mayoría yacía muerta, aplastada por toneladas de escombros de los propios muros y la bóveda de la iglesia. El párroco José Figueroa, el cantor, los monaguillos, el sacristán y el campanero fallecieron instantáneamente.
Cientos de personas, hombres, mujeres y niños murieron aplastados en sus propias casas y camas, no les dio tiempo de salir de sus hogares; algunos incluso ni se dieron cuenta, simplemente les llegó la muerte”.
Ahora se sabe que ni el inusitado ladrido de perros, ni el relincho y reparo del caballo que tumbó a un labriego en la milpa, ni el rebuznar de los burros, tampoco el bramido de las vacas, el cacaraqueo de las gallinas y mucho menos el trinar y revoloteo de los pájaros, fue interpretado por la gente como señal de alerta ante el inminente sismo que se sintió en una veinteava parte del territorio nacional.
Casi 102 años después, el reloj geológico aún funciona, pero la memoria humana sigue fallando, pues las terribles consecuencias que han tenido los sismos padecidos están en el olvido y la vulnerabilidad de los mexiquenses sigue siendo la misma al no contar con un sistema estatal de alerta sísmica.
Tan cerca y tan lejos de los adelantos tecnológicos
A raíz de los sismos de septiembre de 1985 y 1991, se instauró uno de los esfuerzos mexicanos más importantes en el campo de la sismología, el Sistema de Alerta Sísmica (SAS), que inició con 12 estaciones sísmicas en el Estado de Guerrero conocidas como acelerógrafos; ahora tiene más de 100 estaciones que operan en Guerrero, Oaxaca, Puebla, Ciudad de México, Michoacán, Colima y Jalisco y se construyeron otras 28 como red ampliada a Chiapas y Veracruz.
Los acelerógrafos están listos para activarse en cualquier instante en montañas, en riscos, en planicies bajo calor o lluvia, de día y de noche. Cien de ellos son la base de operación del sistema de alerta sísmica mexicana, cada uno cuenta con un sensor de movimiento, procesador, radio y una antena de transmisión, todo alimentado por energía solar.
Cada acelerógrafo cuenta con una torre de 15 metros de altura que envía una señal en caso de que se registre un terremoto, mientras que las ondas sísmicas de un temblor tardan más de un minuto en llegar de la costa de Guerrero a la Ciudad de México y 80 segundos al Valle de Toluca, la señal de la alerta sísmica llegaría entre uno y dos segundos a esta zona.
Los sismólogos determinan dónde deben instalarse estas estaciones de acuerdo al registro histórico de los temblores. Se buscan terrenos firmes o rocosos que no se activen por el paso de vehículos o animales. Para que se emita una alerta, debe haber por lo menos dos estaciones de campo que manden un mensaje de movimiento.
El desarrollo, evolución y resultados de este sistema se han mostrado en diversos foros especializados. Los resultados arrojados para la reducción de desastres naturales de 1990 a 1999, proyecto auspiciado por la ONU, reconocen que, fuera de Japón, la Ciudad de México es el único lugar del mundo donde está disponible y funciona un sistema de alerta sísmica.
La Ciudad de México es vanguardia en este tipo de tecnologías a partir de lo ocurrido en 1985, tiene instalados receptores de alarma temprana en todas las escuelas, hospitales y oficinas públicas de la capital del país, mismas que están conectadas con la Red Acelerográfica de la Ciudad de México (RACM), formada por 79 acelerógrafos distribuidos estratégicamente.
Es por eso que en el Estado de México se debe tener presente que la impotencia y el dolor, causados por la muerte de seres humanos y la pérdida del patrimonio entre la población, puede generar mucho dolor, tristeza, reclamos y, sobre todo, un encono perdurable contra sus autoridades.
DATO:
: Es la falla de Acambay la que con el reacomodo de sus placas tectónicas originó el sismo más devastador que ha sufrido el Estado de México, percibido a 99 mil 500 kilómetros cuadrados a la redonda.
: Casi 102 años después, el reloj geológico aún funciona, pero la memoria humana sigue fallando, pues las terribles consecuencias que han tenido los sismos padecidos están en el olvido y la vulnerabilidad de los mexiquenses sigue siendo la misma.