IMPULSO/ Edición Web
Madrid
Ed Ruscha (1937, Omaha, Nebraska) es uno de los supervivientes del Pop Art americano, movimiento que no ha dejado de tener influencia desde que surgió a mediados del siglo XX hasta ahora Sus obras articulan imágenes y palabras, dotándolas de una multiplicidad de significados, incitando a pensar. A través de Ruscha viajamos en coche por los paisajes californianos: carreteras, edificios, y carteles publicitarios, donde imágenes y textos se anudan. Ha expuesto en los mejores museos del mundo, como, entre otros, en el Whitney Museum de Nueva York, el Centro Georges Pompidou de París o en España en el Museo Reina Sofía.
A sus 80 años conserva todo su encanto y atractivo, física e intelectualmente. Con motivo de su última exposición hablamos en Londres de su obra y trayectoria.
—En esta exposición «Extremes and In-betweens» se presentan sus últimas obras. Una serie de palabras de gran tamaño decrecen y su significado pasa de lo universal a lo concreto casi desapareciendo.
—Creo que este trabajo es consecuencia de un libro que hice en 1968, titulado «Detalles holandeses». Me invitaron a Holanda a realizar un proyecto. Quería hacer fotos de la pequeña ciudad de Groningen, al norte del país. Las hice, y fue como una progresión. Hice fotos desde un extremo de un puente, era una imagen muy amplia. Luego seguí avanzando e hice otra foto y otra, hasta llegar a la ventana de una casa. Detrás de la ventana había flores en un jarrón. Y, de algún modo, eso siempre ha permanecido conmigo, así que creo que estas obras son consecuencia de ese espíritu. Creo que todo lo que produzco como artista viene de algo que hice hace años, y que solo hago variaciones de un tema.
—Entonces, ¿su inspiración suele proceder de su memoria?
—Sí, pero también son cosas que veo por la calle y en la vida, todas me influyen. Pero normalmente a mi trabajo le afectan cosas que hice hace muchos años. Es posible que cuando tenía 18 años ya estuviesen puestas las bases de lo que hago como artista. Y mis obras no son más que una pequeña parte de eso.
—¿Cómo fue su evolución desde un arte más emocional como el expresionismo abstracto a un arte más racional como el conceptual?
—Sí, en cierto modo me parece que el arte abstracto está en todas partes y que es toda una conquista. La invención de la abstracción es un paso adelante muy moderno. Hace 150 años la gente empezó a hacer arte abstracto, y hacer un arte que no fuese figurativo fue un avance muy importante. Así que el arte abstracto tiene influencia en todo lo que hago.
—Se ha definido como un fabricante de imágenes, ¿podría hablar de ello?
—Me encanta el expresionismo abstracto. Pero a diferencia de los artistas que lo cultivan, prefiero imaginarme las cosas con antelación y luego planificar cómo voy a pintarlas. Tengo una idea preconcebida de lo que quiero hacer. Esa es mi manera de proceder, y en muchos sentidos no pienso como un expresionista abstracto. Pienso como alguien que planifica el resultado.
—¿Así que es más conceptual que emocional?
—Sí, aunque también puede intervenir la emoción.
—Pero, sobre todo, el control…
Efectivamente.
—Encuentro mucho romanticismo en la inmensidad de sus paisajes, como un moderno Caspar David Friedrich. ¿Qué hay de romanticismo en su obra?
—Yo no pongo romanticismo en mis obras, sino que espero que ya esté en ellas. Me encanta la obra de Caspar David Friedrich. No obstante, él era un artista muy personal e impactante.
—Invita a mirar más allá, en una dimensión metafísica. A usted ¿le interesa lo que está más allá de lo físico?
—Desde luego no pienso que mi obra sea mística o cósmica. Más bien, sencillamente, es mi contacto con el mundo tal como es. No ahondo en el misticismo. Sé que hay muchos artistas que lo hacen; ellos creen en eso, pero no me parece que yo esté entre ellos. Supongo que soy más pragmático, o que, a veces, visualmente no sé dónde estoy en ese aspecto, y llevo tanto tiempo haciéndolo que se me ha olvidado por qué lo hago.
—Su obra está repleta de significados…
—En cierto modo, mi obra ha tomado los elementos de las palabras y de la lengua inglesa. Empecé a hacerlo porque había estudiado tipografía y quería ser pintor de carteles. De eso pasé a la impresión y a los libros. Los libros me gustan mucho, y los he hecho durante muchos años. Así que esos elementos están ahí. No puedo ni quiero evitarlo. Significan mucho para mí.
—¿Qué violenta su pensamiento, qué hace que le impulse a pintar?
—Creo que la vida cotidiana basta para producir el incentivo para pintar. No es necesariamente la tortura de las cosas desconocidas lo que me hace que quiera hacerlo comprensible. Es como vivir en un mundo aislado y trabajar en el interior de ese mundo con las herramientas limitadas de las que dispongo, y sencillamente, seguir trabajando. Es difícil de explicar.
No parece uno de esos artistas atormentados…