IMPULSO/ Carlos Guitián Berniser
Meade en la encrucijada electoral
Fue un moderno dedazo que, en lugar de la cargada priista tradicional, seguida de la consecuente renuncia complementaria de un secretario, como en los viejos tiempos, se dio mediante el anuncio presidencial en una conferencia de prensa en Los Pinos, donde todos los analistas ya pronosticaban qué iba a suceder, sobre todo después del descarte de Osorio Chong.
Los elogios de Peña Nieto fueron singulares y sumamente descriptivos, comenzando por su reconocimiento personal e institucional a la labor que desempeñó José Antonio Meade en esta administración, en las secretarías de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y Hacienda: “En el desempeño de sus responsabilidades, el doctor Meade acreditó su sólida formación académica y profesional, así como un amplio conocimiento de las necesidades del país y de su enorme potencial hacia adelante; sobre todo, José Antonio Meade ha demostrado ser un hombre de bien, con vocación de servicio y un profundo amor a México, le agradezco su dedicación, su entrega y su compromiso y le deseo el mayor de los éxitos en el proyecto que ha decidido emprender, muchas gracias, señor secretario”, dijo el presidente Peña Nieto.
La sonrisa del ahora candidato tricolor lo decía todo y no cabía de orgullo y contagiaba su euforia a los presentes, que aplaudieron la virtual candidatura al unísono, en un entorno que lo distanciaba del PRI tradicional, partido, por cierto, del que no formaba parte, mismo que rompió desde la pasada asamblea los paradigmas circunstanciales de la necesaria militancia tricolor, es decir, hubo ruptura de los candados para que candidatos sin experiencia ni trayectoria electoral partidista fueran la opción.
Se veía también la sombra del llamado alter ego del presidente, el controvertido canciller Videgaray, compañero de Meade en el ITAM, quien desde luego no estuvo al margen de la crucial decisión, sobre todo en un momento en que, hay que decirlo, no la tiene todas consigo el PRI, que se ha visto seriamente afectado por los escándalos de corrupción que han protagonizado ex gobernadores. La percepción popular es que “el nuevo PRI”, proclamado en los inicios de su gestión por Peña Nieto, acabó siendo el mismo viejo partido con sus prácticas de enriquecimiento como las de los Duartes de Veracruz y Chihuahua.
La apuesta es bastante clara, designar un candidato que no tiene un perfil empañado por la oscuridad de sus finanzas personales, sino un eficaz funcionario público que ha sabido sortear con resultados las asignaciones institucionales que en este sexenio desempeñó, desde secretario de Relaciones Exteriores y de Desarrollo Social hasta su última encomienda como titular de la SHCP.
Los poderes fácticos también lo ven como un sólido candidato que puede hacerle frente a un político que tiene dos décadas en campaña, que cuenta con un enorme apoyo popular, ya probado recientemente en las elecciones en el Estado de México con su Delfina, con quien obtuvo un privilegiado segundo lugar con una copiosa votación que desplazó a los otros dos poderosos partidos tradicionales, el PRD y el PAN.
No sobra señalar que Andrés Manuel López Obrador ha sabido armar en poco tiempo un partido emergente de sobrada efectividad que ya desplazó al Sol Azteca y que tiene grandes posibilidades de arrollar en la Ciudad de México y despojar de su principal bastión al otrora más fuerte partido de las llamadas “izquierdas”.
No sobra tampoco subrayar que José Antonio Meade no tiene un perfil político, es lo que llamaríamos tábula rasa, esto es, un neófito en la materia y el rival a vencer es un político que ha afrontado campañas de desprestigio sistemáticas, uno que, después de presentar su Proyecto 2018, se ha logrado posicionar en el ánimo popular. La pregunta que flota en el aire es si la novedad de la selección de un candidato externo, pero garante del continuismo del modelo económico, podrá derrotar a una alternativa que va a aglutinar el voto contra el PRI.