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¿Dónde quedaron los anticapitalistas?

Octavio Rodríguez Araujo

Hay quienes piensan que en México existen las condiciones para organizar un poder popular que derrote a la oligarquía y transforme el país en una lógica anticapitalista. No puedo estar de acuerdo. Si de veras existiera esa posibilidad (y me disculpo por mi pesimismo), esa supuesta fuerza del poder popular tuvo la oportunidad de expresarse recientemente y no lo hizo.

Esta cercana oportunidad la simbolizó una mujer con credibilidad y buena fama que buscó firmas de apoyo para ser candidata independiente a la Presidencia del país: María de Jesús Patricio, Marichuy, apoyada en principio por el Congreso Nacional Indígena y el EZLN. No logró su propósito y muy poca gente dio su firma para tal intento, que no fue pequeño y hasta una vida se cobró.

¿Dónde estaban los trabajadores del campo y la ciudad que no dieron su firma? ¿Dónde los más de cinco millones de indígenas en edad de votar? ¿Dónde los (ex)comunistas y (ex)socialistas revolucionarios que hace no muchos años todavía contaban con partidos para competir, aunque fuera en desventaja, por alcanzar posiciones significativas de representación y que, por cierto, lograron?

¿Dónde estaban quienes votaron por otra mujer ejemplar, candidata a la Presidencia dos veces y representante de las víctimas de desaparición forzada en México: Rosario Ibarra? ¿Dónde, pues, las izquierdas que han existido en el país y que decían ser anticapitalistas y socialistas hace menos de 30 años y que todavía viven?

Si todos los anteriores existieran realmente, es claro para mí que no tuvieron mucho interés por actuar y organizarse para hacer de Marichuy una candidata presidencial (aunque fuera simbólica), ni para continuar con ella o sin ella organizándose para enfrentar el poder de quienes explotan directa o indirectamente a la mayoría del país.

La coyuntura de las elecciones de este año era buena para usar éstas como caja de resonancia de la inconformidad social y política; pero, por lo visto, no todo mundo las percibió como una oportunidad a aprovechar. Más bien fueron muy pocos y, al parecer, no les importó el llamado a organizarse para dar una batalla por un México más justo y menos desigual. Parece que el anticapitalismo y el socialismo no son banderas que motiven a mucha gente, pese a los estragos del capitalismo que viven en carne propia.

Lo que sí se puede advertir es que muchos, millones, están dispuestos a votar por candidatos del sistema cuyos exponentes, incluso los más “radicales” (así entre comillas), ni por asomo plantean una opción anticapitalista, mucho menos socialista. La conciencia de sí y para sí de que hablaba Hegel, y que es condición para la que se llama en el marxismo “conciencia de clase”, no existe salvo para unos cuantos y en algunos textos de las bibliotecas todavía existentes.

El individualismo y los intereses subjetivos se han generalizado a tal grado que para muchos es la forma principal de existencia, la forma de sobrevivir en un mundo cada vez más despiadado y deshumanizado. El “sálvese quien pueda” es la divisa bajo la que viven miles de millones de seres humanos, razón por la cual la tendencia al igualitarismo y a la justicia social ha perdido terreno en el ámbito de la política, arrastrando tras de sí a las izquierdas que ahora carecen de expresión creíble y propositiva, es decir de partidos políticos.

No es casualidad que los partidos (o así autodenominados) de izquierda socialista sean minúsculos y que entre los partidos antisistema, por ejemplo de Europa, sean más “populares” los de extrema derecha (racistas y xenófobos) que los de la antigua izquierda (por definición socialistas).

Quienes piensan que en el proceso de recolección de firmas se les dio visibilidad a los indígenas de México y a los millones de pobres de este país, pecan de optimismo pese a que Marichuy tuvo en general buena prensa y hasta simpatías en medios de derecha. Pero nuevamente se pasaron por alto los niveles de conciencia política y social de millones de indígenas y de pobres urbanos y del campo que, al parecer, están enajenados a la ideología dominante.

Era de esperarse que los miembros de más de 500 comunidades en 25 estados que componen el Congreso Nacional Indígena (2016, según Wikipedia) se hubieran movilizado para otorgar y conseguir las firmas de apoyo a Marichuy, pero algo falló pues aun suponiendo que cada comunidad contara con al menos mil miembros en promedio, la vocera del Concejo Indígena de Gobierno no logró sus respaldos.

¿Y los no indígenas, que comparten su pobreza y exclusión, qué hicieron por construir “desde abajo” —como dicen los zapatistas— la opción de los pobres contra los poderes que los oprimen? Si pocos hicieron el esfuerzo de apoyar un proyecto anticapitalista en la muy favorable coyuntura electoral de este año, ¿por qué pensar —insisto— que hay condiciones para formar un poder popular que derrote a la oligarquía?

No comparto este optimismo en el que con frecuencia caen muchos de mis amigos que dicen ser de izquierda radical. Pienso más bien que a partir de la realidad que está a la vista de todos, y no de la imaginada, debemos discutir qué hacer para “traspasar la costra de la mentalidad dominante”, frase magnífica de Gustavo Esteva en su artículo del lunes en estas páginas.

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