IMPULSO/ Mauricio Meschoulam
En estos juegos olímpicos de invierno, según parece, podremos enfocarnos tranquilamente en la competencia deportiva. Nadie espera que, habiendo atletas norcoreanos participando en la justa, Pyongyang lleve a cabo pruebas nucleares o de misiles, aunque por supuesto, no hay garantías.
Las Coreas han sostenido conversaciones en los últimos días que incluso rebasan a Pyeongchang 2018. Pero, ¿qué motiva a Kim Jong-un para, repentinamente, ofrecer una ventana al diálogo? En los análisis hay dos grandes visiones. Podríamos llamarlas: la cuña y la flor.
Bajo una primera óptica, Kim estaría aprovechando la coyuntura de los juegos olímpicos para mostrar una cara amistosa sin conceder en lo esencial, atrayendo con ello a Corea del Sur hacia una mesa de negociaciones sobre cuestiones menores, con el propósito último de deslizar una cuña para separar a Seúl de Washington.
Así, Kim consigue ganar tiempo muy valioso para seguir progresando en su programa nuclear. Además, Kim podría estar buscando alivio inmediato en cuanto a ciertas sanciones. Pero lo más importante sería que, gracias a esta estrategia, Kim conseguiría distanciar al presidente surcoreano Moon Jae-in de Trump.
Hay otra visión, claramente expuesta por John Delury en Foreign Affairs. Según el autor, Kim está finalmente respondiendo de manera positiva ante las iniciativas de apertura del surcoreano Moon y le ofrece una flor. De acuerdo con esta óptica, Kim ha alcanzado el punto en el cual quiere expresar que, ahora sí, está dispuesto a sentarse en la mesa, aunque bajo nuevos términos.
Ahora bien, si sintetizamos las visiones anteriores, quizás encontremos que hay más factores comunes entre ellas de lo que parece. Para ello, partimos de lo siguiente: (1) Kim está a muy poco tiempo de alcanzar la capacidad efectiva de contar con su elemento de disuasión nuclear y nada hasta ahora parece indicar que se va a detener hasta conseguirlo; (2) Un ataque preventivo de carácter limitado por parte de Washington es, a estas alturas, una posibilidad poco viable.
No hay elementos suficientes para suponer que, si EU decidiese atacar, esos ataques conseguirían, en principio, provocar un daño suficiente tal que imposibilitara a Pyongyang de responder y escalar el conflicto a niveles que no se ha visto en décadas.
Sin embargo, la Casa Blanca está comandada por Trump, quien ha estado enviando señales de que él sí estaría dispuesto a pagar ese costo y a escalar la guerra hasta donde tenga que llegar; (3) Entre otros temas, eso es justamente lo que separa cada vez más la posición de Seúl de la postura de la actual Casa Blanca. Con mucho, el mayor costo humano y económico del conflicto lo tendría que pagar Corea del Sur, no Washington.
En otras palabras, la distancia entre Washington y Seúl existe en lo fundamental. No dudo que Kim Jong-un pueda explotar y buscar ensanchar esa distancia para extraer concesiones. Pero la realidad es que los intereses de EU no son idénticos a los de Corea del Sur.
Si eso es correcto, Moon, quizás apoyado por actores como China y Rusia, tratará de aprovechar que ya está en el tren para llevar este incipiente diálogo mucho más allá de Pyeongchang 2018. Esto implicaría reconocer que Corea del Norte es ya una potencia nuclear y que, partiendo de esa premisa, es posible negociar con ella bajo los términos actuales.
Pero para ello, Seúl tendría que persuadir a Trump de los beneficios y posibilidades de conversar con Kim. De lo contrario, Moon tendrá que hacer una elección: enfrentarse con Washington o regresar a la dinámica conflictiva que tan velozmente marchó durante 2017. @maurimm